Todo se degrada poco a poco.
Y nadie levanta la voz porque lo están cocinando a fuego lento.
Las listas de espera se alargan. Primero unos días, después unos meses y finalmente la intervención se pospone de forma indefinida. Eres demasiado viejo para beneficiarte de la sanidad pública, maldito egoísta. Necesitarás una mutua si quieres seguir vivo.
La sensación de inseguridad va en aumento. Primero la suciedad, después los robos y finalmente le compras a tu hija pequeña un spray de autodefensa para que pueda salir ‘tranquila’ por la noche. El mayor se queda en casa recuperándose del apuñalamiento.
El sistema educativo se deteriora. Primero se cargan las mates, después la ortografía y finalmente cuestionan las propias leyes de la naturaleza. Objetivo cumplido: esos adolescentes sin comprensión lectora ni sentido crítico serán fácilmente manipulables.
Las cosas se rompen y nadie las arregla. Primero unas escaleras mecánicas en tu barrio, después las goteras del pabellón y finalmente los baches en la carretera. No hay plata para mantener unas infraestructuras de lujo que se construyeron con deuda.
El retraso en los trenes es una constante. Primero en los Cercanías, después en el AVE y finalmente se cae el servicio tercermundista por falta de mantenimiento. Hay días en los que piensas en organizar una revolución, prender fuego al tren para mandar un mensaje. Luego se te pasa porque está noche dan en abierto el partido de España.
¿Quieres un coche? Olvídate, eso es de ricos. Primero suben las tasas de la gasolina, después ponen peajes en las autovías y finalmente prohiben su uso por razones medioambientales. Solo pueden circular los Cayenne Hibrido con etiqueta ECO.
La deuda sigue acumulándose. Primero para pagar pensiones, después para construir aeropuertos en medio del desierto y finalmente el 30% del presupuesto público se lo come el pago de los intereses. El PIB español, que lleva años estancado, no miente.
Tu salario sigue perdiendo poder adquisitivo. Primero pagas el impuesto de ‘equidad intergeneracional’ para que un prejubilado de la banca cobre su paga doble de 6.000, después te obligan a asistir a un taller de finanzas desde una perspectiva de género y finalmente tu jefe cierra porque no le sale a cuenta producir en un país socialista.
El precio de los pisos no para de subir. Primero se cargan la seguridad jurídica y bloquean nuevas promociones de vivienda, después tu casero te sube el alquiler porque no se fía del contrato firmado y finalmente duermes debajo de un puente.
Regresas al pueblo para cuidar de una pequeña parcela familiar en la que plantar cuatro tomates (¡después de pagar un 30% para heredarlos!). Primero cumples con los mil controles de calidad, después abren fronteras para que entren tomates que no tienen que pasar esos controles y finalmente cierras porque te reventaron el precio.
Sin trabajo ni futuro tu supervivencia depende de la beneficencia del estado. Primero te recortan la pensión mínima a través de la inflación, después el político y sus amigotes saquean lo poco que queda y finalmente te mueres esperando la operación.
Y tú, que te levantaste temprano con la intención de prosperar, pagaste tus impuestos, educaste a unos hijos tan bien como supiste y cumpliste con tu parte del contrato social, te sentirás en ese último instante traicionado por el monstruo burocrático.
Joan Tubau — Kapital