Houellebecq economista
El economista crítico Bernard Maris tiene la mejor definición de mi profesión.
¿Quién se acordará de la economía y de sus sacerdotes, los economistas? Dentro de unos decenios, de un siglo, antes quizá, parecerá inverosímil que una civilización haya podido conceder tanta importancia a una disciplina no solo vacía, sino también absolutamente aburrida, así como a sus celadores, expertos y periodistas, graficómanos, pregoneros, barones y polemistas del pro y del contra (aunque lo contrario sea muy posible). El economista es el que siempre es capaz de justificar ex post por qué se ha equivocado por enésima vez.
El párrafo aparece en el libro Houellebecq economista, un ensayo de Maris sobre la ideología de su desdichado amigo. Houellebecq escribe todas sus novelas con un mismo protagonista, un soltero financieramente cubierto que se encierra en una habitación cuando pierde la esperanza de encontrar una sola cosa que le satisfaga. No debería sorprenderte si digo que ese personaje es él. Houellebecq no comprende la competición por el dinero y se aparta de ella asustado. Maris mira con el mismo asco a los señores de traje y corbata, encerrados en prisiones de cristal, que trabajan con la mayor seriedad en problemas que ellos mismos crearon. El intercambio es absurdo: sacrificar tu juventud en un lugar que odias para comprarte cosas chulas cuando ya no se te levante. Nuestra nociva relación con el dinero es el tema favorito de los pensadores parisinos. Unabomber leyó a un francés antes de mandar las cartas.
Bernard Maris odia a los ejecutivos incluso más que a los economistas.
La empresa es el reino del vasallaje voluntario. El ejecutivo no tiene el poder. Está condenado a servir a su amo para mantener un nivel salarial destinado a satisfacer su única motivación: el consumo. «Unos ejecutivos consumían. No tienen otra función». Perro fiel, periódicamente es humillado y obligado a competir con los demás ejecutivos. Sufre de esta rivalidad mimética. Siempre en estado de alerta y obligado a compararse con sus congéneres, a espiarlos, a tratar de ganarles por la mano. Al ver la lucha de los ejecutivos se piensa en esos tarros llenos de caracoles que no hacen más que subirse unos encima de otros. Los ejecutivos, siempre con sus menesteres, en el doble sentido de quehaceres y necesidades. ¡Ah, la necesidad! ¡Una de las palabras clave de la economía!
El péndulo
El motor del consumismo es el aburrimiento. Schopenhauer valida la tesis. La existencia es un péndulo entre el tedio y el sufrimiento, un balanceo infinito en el que no sientes la paz ni un mísero momento. La voluntad, la fuerza que todo lo mueve, esclaviza a las almas débiles. La vida es tedio y sufrimiento y así funcionan las relaciones de pareja. La secuencia es la misma. Dos jóvenes se sienten atraídos y se comprometen. Toman la decisión de casarse en estado de enamoramiento, que es como ir a la guerra en estado de embriaguez. Los mayores, los muy cabrones, sonríen el día de la boda, callan el desenlace por todos conocido. El clima pronto se enrarece. En la luna de miel sienten asco por el extraño que duerme en su cama. Rompen cuando el dolor se vuelve insoportable y se prometen nunca más intentarlo, pero a los dos días se aburren y cogen al primero con contrato fijo que pasa por delante. La falsa esperanza que esta vez será diferente. Será peor ahora que mostraste pánico. La tóxica dinámica se repite en los procesos sociales. Las personas se inventan conflictos para escapar del hastío. Cuando ya tuvieron suficiente drama, descansan en un ridículo resort en el que broncearse los huevos. A los dos días se cansan de las putas y el snorkel y regresan a la ciudad en busca de los benditos problemas. Ya avisó Bernhard que los sábados por la tarde son el peor momento de la clase media. Bernhard encontró El mundo como voluntad y representación en la colección de su querido abuelo y Houellebecq descubrió los Aforismos sobre el arte de vivir en una biblioteca. Los sabios convergen. Saber estar solo era el consejo de Schopenhauer para afrontar la temible existencia. Saber estar solo es mi primer y único consejo financiero. Todo lo demás, todo lo que aquí se ha escrito, son apuntes que van a la papelera. No temas la soledad, nunca busques la validación de un tercero. Saber estar solo te ahorrará mucho dinero.
Plataforma y Las partículas elementales son mis libros favoritos de Houellebecq. Las ideas de Schopenhauer están allí presentes. Serás miserable si te vas y serás miserable si te quedas y el dinero solo te entretiene para que no pienses en la muerte. Michel, Valérie y Jean-Yves debaten sobre el lujo. «¿Más dinero para qué? ¿Para comer trufas blancas de temporada? He ganado mucho dinero y ni siquiera consigo acordarme de lo que he hecho con él». La huida es el movimiento lógico pero en las novelas, igual que en la vida, los protagonistas se dan cuenta cuando ya es tarde. Los ejecutivos, eternamente deseantes, nunca controlan la partida. Cuando finalmente consiguen lo que quieren, alguien desde arriba cambia las reglas. Ese bolso no está de moda. Ese teléfono no tiene suficientes pixeles. El imbécil se endeudó a 10 años por un Tesla ya obsoleto. A pesar de haber ganado mucho, todavía no ganó suficiente, reiniciándose la rueda de consumo y sufrimiento. No escapará porque nada ahorró, todo se lo gastó en señales ineficientes. El respeto te lo ganas peleando, no conduciendo un coche a crédito. Consumir es doblemente estúpido porque compromete tu libertad futura a la vez que jode tu bienestar presente. Toda satisfacción, pero especialmente la material, es efímera. Houellebecq critica, sin ofrecer soluciones, esta loca sociedad moderna, adicta a los estímulos de día y a las pastillas de noche, que excita el cuerpo consumiendo para luego tranquilizarlo químicamente. Suben los tipos y se van a la quiebra y los maníacos sonríen en redes. El Joker de LinkedIn huiría horrorizado.
Bernard Maris cita al psicólogo Bruno Bettelheim, superviviente de Dachau, en su tesis que el consumismo funciona gracias a una incertidumbre que nos atemoriza.
La incertidumbre y la angustia fueron las más altas alambradas de los campos de concentración. ¿Cómo pudieron los guardias, con tan pocos medios, mantener el orden de aquellos lugares superpoblados? La respuesta de Bettelheim es muy ilustrativa y es la misma que la de Houellebecq para la sociedad del dinero: los guardias no habían dejado de infantilizar a los prisioneros manteniéndolos continuamente en la incertidumbre, la improbabilidad, el riesgo, la indeterminación. Rompían todo nexo de causalidad que permitiera la acción. Semejantes a niños, los prisioneros vivían en el presente inmediato. Unas veces se recompensaba una acción, otras esa misma acción se castigaba. Observar y reaccionar era imposible para un prisionero y desde ese momento el instinto de conservación se hacía añicos despiadadamente. Saber únicamente lo que aquellos que mandan autorizan a saber es la condición del niño o la del esclavo. (…) Los ejecutivos son lastimosos como los niños; al igual que ellos se manifiestan como pequeños crápulas viciosos, caprichosos, pedigüeños, gritones, y Houellebecq nos recuerda el carácter infantil de la sociedad de mercado, basada en la insaciabilidad. Infantil es el deseo incesante y por siempre insatisfecho de los consumidores. Jamás nos sentiremos hartos de dinero. Infantil es su manera de comportarse cuando pasan cerca de los asalariados, delante de sus jefes. Infantiles sus vagabundeos en los supermercados, su precipitación durante las rebajas, su forma de toquetear sus juguetes.
Into the wild
«No necesito el dinero, hace a la gente cautelosa». Afirma el protagonista de Into the wild. La película cuenta la historia de Chris McCandless, un joven que cruzó Estados Unidos huyendo de todo. El periplo concluye en la salvaje Alaska, en un viejo autobús que es hoy lugar de peregrinaje. El deseo mimético era la trampa. Nos gusta la gente que tiene las cosas claras, como si esto significara algo. El hombre sabio se aleja de la sociedad y construye una cabaña, sin grandes lujos, en la que refugiarse. Cuatro paredes, un colchón y una biblioteca. Desde allí, desde tu fortaleza, preparas la batalla. Maris, igual que hizo McCandless, cuestionaría el rol del dinero en las decisiones importantes. Los sacrificios por ganarlo y acumularlo y las miseria al gastarlo. No hallaremos en él nada parecido a la felicidad. Siempre deseando, siempre esperando.
¿Entonces? ¿Qué es lo que incita a los seres humanos a aceptar trabajos aburridos y pesados? El dinero, evidentemente. Únicamente la necesidad de dinero. El dinero, ese narcótico que permite olvidar el presente y especular con el futuro, esperar. El dinero no es más que un crédito por el futuro, que esperamos sea mejor que el presente. El dinero, «puente entre el presente y el porvenir», y la esperanza (siempre falsa) que permite a las personas soportar el trabajo. Mañana, gracias al dinero, será un poco mejor o magnífico. El dinero es un pequeño paraíso en el día a día que desplazamos desencantados hacia un mañana que nunca encanta. Pues la vida, por desagradable que sea (otro gran tema houellebecquiano), siempre termina. La vida es dura, pero tranquilizaos: es corta.
Bernard Maris murió el 7 de enero de 2015 en el ataque a la revista Charlie Hebdo.
Joan Tubau — Kapital
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