¡Lo quiero! es un ensayo de Luke Burgis sobre por qué queremos las cosas que queremos. El capítulo con el cocinero Sébastien Bras, propietario de Le Suquet, es mi historia favorita del libro. A Sébastien siempre le gustó cocinar, disfrutaba preparando platos bajo la supervisión de su padre. Estudió en las mejores escuelas y en 2009 tomó por fin el relevo. Entonces algo inesperado ocurrió. El trabajo que siempre fue fácil y divertido ahora era duro y estresante. La presión por mantener las estrellas le quitaba el sueño. No podía permitirse un mal día, colgaba la espada de Damocles, una mala valoración de la Michelin arruinaría el negocio de la familia. Dentro del sistema vería además restringida su libertad creatividad, ya no cocinaba los honestos platos que él quería, sino los innecesariamente complejos menús que impresionarían al crítico. El problema de la competición son las reglas que nunca negociaste y te someten. Sébastien tomó entonces una decisión insólita. Harto del estrés, pidió que le quitaran de la guía Michelin. Era inédito. Algunos chefs habían cerrado su restaurante estrellado pero nunca nadie pidió ser excluido. Sébastien ya no quería jugar el juego.
El deseo mimético, el concepto de René Girard, condiciona tus preferencias. Lo que quieres está influenciado por lo que te rodea, tus deseos no son nunca tuyos, te gusta porque viste alguien haciéndolo. Esa es nuestra configuración y esa es nuestra ventaja, incrementando la cooperación, a expensas de la independencia. El consejo del coach es que identifiques tus verdaderas preferencias. Girard calificaría la frase de estúpida, porque nada es genuino, todo deseo nace de la influencia. Sí que existe, y aquí se pone interesante, los condicionantes culturales. ¿Cómo sería tu vida si no existieran compromisos sociales? ¿Qué es lo que desea el niño que un día fuiste? ¿Qué haces cuando nadie vigila? Escarba allí y encontrarás la respuesta. El niño, a diferencia del adulto, no sabe mentir en las preferencias. Solo el adulto tiene la ridícula habilidad de mentirse en lo que quiere. Artie Bucco, en un episodio de Los Soprano, prepara un conejo siguiendo la receta del abuelo. El cocinero atraviesa un mal momento pero enciende los fogones y todos los problemas desaparecen. Las tareas, si te las tomas en serio, tienen ese efecto liberador. Cuando no pienso en el resultado, y me concentro en el proceso, escribo mis mejores textos. No más críticos engreídos ni mafiosos excéntricos, solo Artie y su conejo. Eso hizo Sébastien para tomar las riendas de nuevo.
Sébastien fue capaz de apartarse porque cambió su vínculo con el juego. «Vivimos en una sociedad en la que siempre nos piden más, ser más fuerte, subir más alto, lograr cifras más grandes, ser siempre más grandioso y más exitoso, pero creo que las personas tienen el deseo profundo de reconectar con los verdaderos valores de la vida, valores que a menudo solemos olvidar». Para Sébastien, esos valores están centrados en su familia y en su deseo de crear y compartir la comida de la región de Aubrac sin miedo a represalias. Si es un modelo de deseo por haber ganado tres estrellas, entonces quizá también pueda ser un modelo por haber renunciado a ellas.
Las uvas agrias
El problema no es la mentira, el problema es que termines creyéndotela. A ti te gustaba el calimocho y ahora no te satisface un vino de cuarenta euros. No te cambió el paladar, lo que se jodió fue tu cerebro. En el juego de la sociedad, se corrompe quien no muestra carácter. Él se pide un Cacaolat y esa chica es una petarda. Si un día tuviera dinero, que lo dudo, se lo gastaría en un menú de trufa blanca. Se corre el chef en el plato y ella dice que tiene tono afrutado. Basado es quien no deja intimidarse, quien recuerda las cosas que de verdad son importantes. No es tarea fácil. El corsé que te pusiste cuando cumpliste la mayoría, lo que se espera de ti como adulto, te impide disfrutar de la vida. Ese fue el día en el que todo se jodió. Yo miento por cortesía, pero nunca sonrío si no tiene gracia el chiste. Tengo muy presente a Girard, sé que mi acción consciente en el presente puede afectar un futuro deseo inconsciente. Ese es el verdadero peligro, ese es el horror de la clase media, que de tanto repetirlo en Instagram termine gustándoles el decorado. Una semana en Bali y un año entero contándolo. Todos saben que ese sitio es una mierda y los cabrones se dan like mutuo para validarse. Yo admiro al que intenta escapar. También respeto al que acepta que la vida es corta y miserable. Lo que encuentro terrorífico es el que va camino al matadero con una sonrisa en la cara, el que consigue motivarse para levantarse un lunes a las seis de la mañana. ¿De qué te ríes desgraciado? Con gasto no llenas el vacío del alma. El día en el que te mueras el único que llorará será el accionista de Prada. Aléjate de personas tóxicas que todo lo juzgan por las apariencias, que deciden si les gusta después de preguntar el precio. Antes me daban pena, ahora siento asco.
¿Cuáles son tus estrellas Michelin? ¿Qué fuerzas miméticas mueven tus decisiones personales, las recompensas visibles y, más importante, las subterráneas? Identificar los motores, internos y externos, es el primer paso para controlarlos, entiende cómo funciona el mecanismo del deseo para reforzarlo o silenciarlo. Que luego cada uno tome sus propias decisiones—si es que esto significa todavía algo. Ignora a Girard y te encontrarás jugando un juego indeseado, en el que no importa la victoria o el fracaso, porque irás más perdido que Isaac en el día del padre, eternamente insatisfecho, persiguiendo la vida de un extraño. La conciencia real es el objetivo último de mi cruzada. Schopenhauer era pesimista acerca de las posibilidades de escapar y por eso escribió que «un hombre puede hacer lo que quiere pero no puede querer lo que quiere». La artista conceptual Jenny Holzer colgó en Times Square, la zona cero del capitalismo, un letrero con el siguiente mensaje: «Protégeme de lo que que quiero».
Luke Burgis narra en el libro una fábula de Esopo.
El término uvas agrias se popularizó en una de las fábulas de Esopo. Una zorra ve un racimo hermoso de uvas maduras colgando de una rama. Las uvas parecen listas para estallar, llenas de jugo. A la zorra se le hace la boca agua. Intenta saltar para agarrarlas, pero no llega. Lo intenta una y otra vez, pero las uvas están fuera de su alcance. Concluye que las uvas deben estar agrias y que no vale la pena hacer el esfuerzo y se aleja malhumorada. Al llamar así a las uvas, la zorra se inventó una narrativa para aliviar el dolor de la pérdida. Si aceptaras esta noción sin un sentido crítico, podrías creer que uno no puede rechazar el deseo de tener tres estrellas Michelin sin primero haberlas ganado. Hacerlo sería autoengaño, resentimiento, debilidad. No te creas esa mentira: que una persona tiene que entrar de lleno, jugar al juego mimético y ganarlo antes de poder salir de él con la conciencia clara.
Sébastien probó las uvas y las encontró agrias. Quedaba la parte más difícil: aceptarlo.
En la adultez, somos libres de escoger los sistemas de deseo de los que formamos parte y de alterar la naturaleza de nuestra relación con otros. Cuanto antes ejerzamos nuestra voluntad en el proceso, más fácil será. Rara vez se menciona un detalle de la fábula de Esopo: la zorra estaba sola. No tenía fuerzas miméticas que la influenciaran. Si hubiera habido un zorro más salivando por las uvas, si hubiera habido un grupo de zorros que las quisieran, no le habría sido tan fácil descartarlas.
Todo se complica en el refuerzo de la comunidad. Aunque carezca de sentido, quien probó las uvas agrias tiene una decisión más difícil. Si Sébastien lo dejaba, con las tres estrellas, sería etiquetado de loco. Nadie nunca le avisó del juego perdedor para el que llevaba años preparándose. El problema es siempre el mismo: es muy difícil decir que no cuando te ponen los billetes encima de la mesa. El Xocas le decía a Jordi Wild que, a pesar de que lo necesitaba, no podía permitirse unas vacaciones. Tenía presente lo mucho que sufrió por ganar los primeros mil euros y ahora no rechazaría una oferta. El tipo se destroza en directo y todos consumimos fascinados y horrorizados ese contenido. Su decadencia no deja de ser la nuestra, la lenta y dolorosa muerte en las pequeñas cobardías. Una promoción esconde la misma trampa. La falsa esperanza que encontrarás la paz cuando alcances el objetivo y el sufrimiento será por fin redimido. Yo te deseo que nunca llegues. Todo lo comprenderás el momento antes de la muerte, te garantizo que entonces lo verás claro. El reto es descubrirlo antes. Pienso en la valiente decisión de Nico Rosberg, que se retiró después de ganar el campeonato. Criticado por los yonquis de la competición, los títeres de la voluntad inabarcable, que persiguen la pelota como perro travieso. El perro, al menos, se lo pasa bien corriendo.
Yo no corro para subir a un tren
El propósito del año era publicar un artículo en el que no mencionara a Taleb. Me temo que no lo conseguiré. Encuentro en los libros de ese hombre las respuestas a las preguntas que me pasan por la cabeza. El libanés concluye que, si existe un pequeño resquicio de libertad, funciona vía negativa. No controlas tus deseos pero sí puedes huir de ellos. Es ahora cuestión de valentía, para dimitir cuando no estés en el sitio correcto. Es siempre jodido, especialmente cuando tienes éxito. Abandonar no es de cobardes, abandonar es de valientes. Nunca es fácil reconocer que perdiste el tiempo.
La elegancia estoica de El cisne negro.
En cierta ocasión recibí uno de esos consejos que te cambian la vida. Mi compañero de estudios en París, Jean-Olivier Tedesco, más tarde novelista, me dijo cuando me disponía a correr para no perder el metro: «Yo no corro para subir a un tren». Desdeñemos el destino. He aprendido a resistirme a correr para seguir cualquier plan preestablecido. Puede parecer un consejo estúpido, pero funciona. En la negativa a correr para subirte a un tren me he dado cuenta del auténtico valor de la elegancia y la estética en la conducta, esa sensación de ostentar el control de mi tiempo, mis planes y mi vida. ¡Perder el tren solo produce frustración a quien corre para cogerlo! Asimismo, no ajustarse a la idea de éxito que los demás esperan de uno solo es doloroso si eso es lo que se anda buscando. Si así lo decide, uno se coloca por encima de la febril competitividad de la vida moderna, la carrera de la rata y de la jerarquía, no fuera de ellas. Dejar un trabajo bien pagado, si es por decisión propia, parecerá más beneficioso que la utilidad del dinero en ello implicado (puede parecer una locura, pero lo he hecho, y funciona). Este es el primer paso hacia el echarle al destino la maldición del estoico. Uno tiene mucho más control de su vida si decide por sí mismo y según su criterio. La madre naturaleza nos ha dado algunos mecanismos de defensa; como en la fábula de Esopo, uno de ellos es nuestra capacidad de considerar que las uvas que no alcanzamos, o que no conseguimos alcanzar, están verdes. Pero resulta aún más gratificante un rechazo y desdén previos agresivamente estoicos. Seamos agresivos; seamos el que dimite, si tenemos agallas para ello. Es más difícil perder en un juego que uno mismo haya planteado. Desde la perspectiva del Cisne Negro, esto significa que estamos expuestos a lo improbable solo si dejamos que este nos controle. Uno siempre controla lo que hace; hagamos, pues, de ello nuestro fin.
No puedes perder en tu propio juego. El sufrimiento llega cuando no controlas las reglas. Sébastien lo tuvo claro y por eso no dudó en largarse. Miró sin miedo a la persona con la que es más difícil ser honesto. Y encontró sus ojos en el espejo.
Joan Tubau — Kapital
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