La familia es una institución que existe. Es una andrómina misteriosa y sagrada.
Josep Pla en El quadern gris.
Nuestra esperanza de vida son unos míseros 83 años. Los talibanes del ahorro ignoran esta restricción biológica cuando comparten gráficos exponenciales. En sus perfiles de Twitter sobrevaloran, por deshonestas intenciones o simple ignorancia matemática, las ganancias reales del interés compuesto. Yo siempre he defendido el valor de la austeridad, pero también te digo que no esperes retornos milagrosos en los intereses acumulados. En una cartera humana, el largo plazo no es tan largo. Cuando la cosa se pone interesante, el día siguiente la palmas. Hay sin embargo un escenario en el que tiene lógica pensar como lo haría una secuoya: dentro de la institución de la familia. Si tu patrimonio se transfiere a tus hijos y tus hijos se lo transfieren a sus nietos, entonces gana sentido la fórmula del interés compuesto. Las ganancias del capital se acumulan generación tras generación, en un horizonte temporal infinito. Desde una perspectiva económica, la familia es un mecanismo que transfiere el patrimonio en el tiempo. Siendo el capital la base sobre la que se sostiene el crecimiento de la economía, podemos afirmar que la familia es uno de los grandes inventos de la civilización. Sin la familia no realizaríamos inversiones más allá del invierno, sin la familia no hubiéramos salido de la cueva. La revolución de la tribu fue la cooperación entre extraños pero la estructura de la familia cimentaría un grado superior de compromiso. Liberando así el verdadero poder del interés compuesto.
Tristemente, la institución de la familia pierde fuerza en esta sociedad individualista. Los hijos no cuidan de los padres y los padres se venden el patrimonio para pagarse sus caprichos. No existe una visión intergeneracional del capital y eso repercute negativamente en la economía. Cuando te miras el mundo desde tu propio ombligo, por bien que quieras hacer las cosas, el resultado nunca será el mismo. Puedes maximizar tus ganancias en el corto plazo, pero nunca levantarás el tipo de proyectos que dan sentido a la vida. La familia, como estructura social, ofrece esa misión colectiva. ¿Por qué tiene entonces tantos enemigos? Hay que decir que su mala fama es, en parte, merecida. El que se sabe distinto puede sentirse en ella oprimido. La cohesión es esencial para la supervivencia del grupo y las reglas estrictas ahogan a sus miembros atípicos. Antes de dinamitarla, eso sí, intentaría reformarla. El profesor Bastos, pensando cómo hemos llegado hasta aquí, culpaba al Mayo del 68. Es curioso que los dos eventos más perniciosos de la historia moderna, la revolución francesa y las protestas estudiantiles, ocurrieran en una misma ciudad. Las ideas, más incluso que las guerras, moldean el mundo en el que vivimos. Las ideas construyen y destruyen. Las ideas arruinan y vigorizan. Las malas ideas de Fidel condenaron a los cubanos y las buenas ideas de Milei liberarán a los argentinos. Los ingenuos estudiantes de París quisieron derrocar una institución milenaria sin nada detrás con lo que rellenar el vacío. Igual que le pasó a Robespierre, perdieron la cabeza en su fatal arrogancia.
Divide y vencerás
La mejor defensa de la familia llegaría del puño de Michel Houellebecq. Es el héroe que Gotham se merece, pero no el que ahora necesita. Así que le perseguiremos, porque puede resistirlo. Esto escribía el bueno de Michel en Las partículas elementales.
Los hijos, por su parte, servían para transmitir una condición, unas reglas y un patrimonio. Esto era así, claro, en las clases feudales, pero también entre los comerciantes, los campesinos, los artesanos; de hecho, en todas las clases sociales. Ahora nada de eso existe: soy un empleado, vivo en régimen de alquiler, no tengo nada que dejarle a mi hijo. No tengo un oficio que enseñarle, no tengo ni idea de lo que hará en la vida; de todos modos, las reglas que yo conozco no valdrán para él, vivirá en otro universo. Aceptar la ideología del cambio continuo es aceptar que la vida de un hombre se reduzca estrictamente a su existencia individual, y que las generaciones pasadas y futuras ya no tengan ninguna importancia para él. Así vivimos, y actualmente tener un hijo ya no tiene sentido para un hombre.
La disolución de las viejas estructuras naturales, llámale familia, llámale tribu, llevaría a la formación del estado, una organización perversa que todo lo cambiaría. Uno puede encontrar un propósito cuidando a su madre o ayudando al vecino, pero no sirviendo a un frío aparato al servicio de una oligarquía. Es una construcción artificial que genera la locura colectiva. Los estados vigilan y señalan. Los patriotas obedecen y asesinan. Si queremos persistir en esta época incierta tenemos que desconfiar del burócrata para regresar al pueblo y a la familia. La cooperación altruista ha sido nuestra fortaleza desde el inicio de los tiempos. Somos sociales a pequeña escala, allí donde la cooperación es posible. El cerebro humano creció para albergar información reputacional, fijándose el tamaño máximo del grupo en el número de aliados y enemigos que podemos recordar. Elionor Ostrom, la primera mujer en ganar el Nobel de economía, estudió cómo las tribus nómadas de Mongolia lidiaban de forma eficiente con la tragedia de los bienes comunales. Allí donde las sociedades avanzadas desconfiaban, redactando costosas leyes y contratos, los mongoles implementaron una cooperación entre amigos. Se vigilaban mutuamente y se ayudaban sin pedírselo. Lo pequeño es hermoso porque lo pequeño es efectivo. El capital, dentro de la familia, se asigna siempre cuidadosamente. El despilfarro es un valor del estado moderno, los ciudadanos irresponsables son un producto de sus políticas. Las familias tradicionales cuidan y protegen el capital como si les fuera la vida en ello. Porque les va la vida.
Un país que destruye el capital es un país que dejó de creer en sí mismo. La Agenda 2030, ese pin multicolor para identificar a retrasados, promueve una vida sin posesiones ni compromiso. Te quieren descapitalizado para así tenerte sumiso. Sin capital familiar, todo el poder será para el político. El desarraigo que vemos, el éxodo de los pueblos y el abandono de los campos, es el único objetivo de los señores de Davos. La política no es otra cosa que el control del mensaje. La vida en la ciudad es precaria pero algunos creen ser ricos porque vuelan con Ryanair y un pakistaní les trae la comida en Glovo. Las élites diseñaron la trampa perfecta: bajaron los tipos de interés y encerraron en el consumismo a las ovejas. Yo quiero construir capital atemporal dentro de mi familia, no consumir a crédito en una satisfacción efímera. Regresamos a los valores del 68. La generación de nuestros abuelos levantó este país y nuestros padres se lo están fundiendo. Los políticos, como siempre, empeoran la situación destruyendo lo poco que queda. El impuesto sobre las herencias no es un tributo cualquiera, es el suicidio de una sociedad que dejó de creer en la transmisión del capital en el tiempo. Se rompe así la cadena y se pierden las ganancias compuestas. No soy vidente pero puedo decirte que este país se va a la mierda. Lo he leído en los libros de historia. Una economía que no acumula capital está condenada a la pobreza.
Joan Tubau — Kapital