¿Cómo puede la gente vivir así?
Regresa el podcast de Kapital.
Con Gregorio Luri como primer invitado.
Estoy, por cierto, escribiendo un libro sobre el fuck you money. Compartiré los capítulos todos los sábados con los suscriptores de la comunidad Kapital Social.
Fuck you money #1. ¿Cuánto vale tu libertad?
Fuck you money #2. ¿Cuánto vale tu tiempo?
Fuck you money #3. Il dolce far niente.
Fuck you money #4. El dinero llama al dinero.
Fuck you money #5. El mito de la independencia financiera.
Glenn Miller Orchestra
Si no fuera tan gracioso, Jerry Seinfeld podría ganarse la vida como coach de carrera.
Billy Oppenheimer subió hace unos meses en Twitter este interesante vídeo.
La siguiente escena tiene lugar en un club de Nueva York. Un cómico amateur se acerca a Seinfeld para pedirle consejo profesional. Le plantea sus dudas acerca de la carrera como monologuista que está emprendiendo. Con 30 años recién cumplidos, su vida parece estancada, mientras sus amigos tienen todos un empleo estable, una vivienda en propiedad y un bebé en camino, son gente funcional en la sociedad de producción y consumo, con vidas aparentemente felices. El éxito, si medido en términos de contribución al producto interior bruto, es una nómina pagada por el estado o una gran empresa con la que devolver la hipoteca de una casita adosada en las afueras. El cómico no tiene nada de eso, ni tan siquiera lo contempla, y aunque parece que le gusta su trabajo, se cuestiona si está pagando un precio demasiado alto.
¿Merece la pena el sacrificio?
Seinfeld le pregunta simplemente si hay algún otro lugar en el que preferiría estar (¡siempre el coste de oportunidad!) pero el amateur sigue erre que erre en lo dura e injusta que es la vida, comparándose con unos amigos que “están todos subiendo”.
Seinfeld, cansado de tanta tontería, le cuenta esta anécdota.
Esta es mi historia favorita del mundo del espectáculo. La orquesta de Glenn Miller, camino de un bolo, no pudo aterrizar donde se suponía por culpa de una tormenta, así que los músicos tuvieron que llegar a pie al teatro, cruzando un campo embarrado. Fueron todos ellos por la nieve, vestidos con sus trajes y cargando con sus instrumentos. A lo lejos vieron una casita, con luz dentro y humo saliendo de la chimenea. Miraron por la ventana y vieron a una familia: un hombre y una mujer hermosa, con dos niños, sentados todos alrededor de la mesa, sonriendo y comiendo, con la chimenea encendida. Y esos músicos estaban allí de pie, pasando frío con sus trajes mojados, contemplando esa increíble postal de Norman Rockwell. Entonces va uno y suelta: “¿Cómo puede la gente vivir así?”
Las historias, para que funcionen, tienen que ser crípticas. Billy Wilder, que algo sabía de construcción narrativa, escribió películas memorables jugando esta carta. Él solía decir que una buena historia nunca debe contarlo todo, que los mejores guiones dicen dos más dos y dejan que el público grite cuatro. Ese fue el valioso consejo que un día recibió de su amigo Ernst Lubitsch. Las historias incompletas, con un enigma a resolver, son las únicas que funcionan. Los textos religiosos se escribieron y se siguen escribiendo en este formato. La gente quiere sentir su falsa autonomía. Una historia con todas las letras nunca será recordada, a los espectadores no les gusta que les digan lo que tienen que pensar o tienen que sentir, prefieren llegar solos a la conclusión escondida, quieren encajar ellos las piezas. El talento de un escritor o un líder mesiánico trata precisamente de posicionar las palabras de tal manera que el público encuentre la conexión secreta. Les permite resolver el enigma. Solo así lo recuerdan.
Tengo claro que Kapital es un conjunto de piezas pero, si tengo que ser sincero, no veo claro cuál es el objetivo final de todo esto, nunca he visualizado el puzzle completo.
¿La anhelada independencia financiera?
¿Un breve instante de felicidad?
¿La mirada de incomprensión de la persona que más quieres?
¿La enfermedad, la soledad y la muerte?
Podría ser incluso que, después de toda una vida intentándolo, las piezas no encajaran.
Ese riesgo, esa posibilidad real de quedarte sin nada, hace el juego entretenido.
Joan Tubau — Kapital