36 fotografías
El carrete añadía una restricción. La restricción es buena para quien no sabe comprometerse. La restricción es buena para quien nunca tiene suficiente. Los niños necesitan restricciones porque les das un poquito y se comen la tarta entera. Los niños sin restricciones son unos tiranos y los millennials sin consciencia del límite son unos flipados. No puedes ser feliz si no te marcaron antes la frontera. El carrete era la restricción eficiente. Se contemplaba la puesta de sol y se bailaba en los conciertos. La gente vivía el presente sin pensar en el recuerdo, la gente disfrutaba el gol de Zidane, la gente vivía el momento. Hoy solo piensan en grabarlo y subirlo a redes. Tu abuelo dejó un patrimonio inmobiliario. Tú dejarás 80 gigas de selfies. Los humanos somos por naturaleza indisciplinados y las nuevas tecnologías explotan el sesgo. Tienes que fijar reglas a priori, anticipar la irracionalidad, para sobrevivir en salvaje capitalismo. Lo sabe el publicista y lo sabe Odiseo. Lo desconoce la instagrammer que sonriendo pospone el inexorable conflicto. Mil pesetas costaba el carrete de 36 fotografías. Con el de 12 tenías más que suficiente para visitar Tenerife. El carrete ordena las prioridades y puedes entonces comprobar lo que es de verdad importante. «¿Cómo voy a gastar una foto en una tostada con aguacate?» Tu yo de 1995 te mira como si fueras retrasado. Todos los recursos son escasos. Cuando las cosas no tienen un precio monetario, significa que estás pagando con otra moneda. Todos los precios están en perfecto equilibrio. El coste de una fotografía es el mismo, lo que bajó es el valor de tu tiempo.
El yo que proyecta
Kahneman, que estudia la ciencia de la felicidad, identifica el yo que experimenta y el yo que recuerda. Es el yo que recuerda el que te empuja a sacar la enésima fotografía.
El yo que experimenta no tiene ni voz ni voto. No elegimos entre experiencias, elegimos entre recuerdos de experiencias. Cuando pensamos en el futuro no lo pensamos como futuras experiencias, lo pensamos como recuerdos anticipados. Es una tiranía del yo que recuerda, que obliga al yo que experimenta a vivir unas experiencias que en realidad no necesita. Las vacaciones se diseñan, en gran medida, al servicio del yo que recuerda. Y pienso que esto tiene difícil justificación. ¿Cuánto tiempo pensamos en los viajes ya vividos? Recuerdo unas vacaciones de tres semana en la Antártida que fueron sin duda mis mejores. Probablemente haya pensado en ese viaje un total de 25 minutos en los últimos cuatro años. Si hubiera abierto la carpeta con las 600 fotografías, hubiera pasado allí una hora más. Hablo de un viaje de tres semanas, y pensé en él como mucho hora y media. Parece que existe una discrepancia. Puedo parecer un poco extremo en las pocas ganas que yo tengo de reflexionar sobre mis recuerdos, pero incluso si le dais más tiempo surge una pregunta interesante: ¿por qué damos tanta importancia a nuestros recuerdos en relación a la importancia que damos a nuestras experiencias? Así que quiero que hagáis un experimento mental. Imaginad que en vuestras próximas vacaciones, al final del viaje, se destruyeran todas las fotografías y se os administrara una droga amnésica de modo que no recordarais nada. ¿Elegiríais las mismas vacaciones?
La pregunta de Kahneman, si elegirías las mismas vacaciones perdiendo la memoria, plantea una disyuntiva fascinante. ¿Das más importancia a la vivencia o al relato? Las dos partes de la consciencia, el yo que experimenta y el yo que recuerda, tienen su función. Las dos son fuente de felicidad. La primera viviendo el momento y la segunda construyendo y consumiendo recuerdos. Si eliges las mismas vacaciones, significa que vives el presente. Si cambias el destino, estás priorizando las memorias en tu cerebro. El yo que experimenta y el yo que recuerda, la diferencia entre estar contento en la vida y estar contento con tu vida. Kahneman publicó sus estudios antes del boom de las redes sociales. Habría que añadir hoy una tercera categoría: el yo que proyecta.
El hombre más feliz del mundo
El yo que proyecta vive obsesionado con la reputación. A ese tercer yo le preocupa la percepción social, no experimenta el presente ni tampoco fabrica recuerdos, viaja allí donde se construye la historia de éxito. Duerme en horribles resorts tropicales porque se sube al avión que más lejos vuela. El yo que proyecta se gasta el dinero en gilipolleces. El yo que proyecta compromete en el crédito tu posición financiera. El yo que proyecta es inseguro y todo lo cuenta, publica stories para que rabien las amigas, sus fotografías nunca son para consumo interno. El hombre más feliz del mundo compró entrada para el concierto de Coldplay, se sentó en su silla, se pidió una cerveza fría y regresó silbando a casa sin decir a nadie una sola palabra. Ni un tuit de postureo, ni un comentario calculado. Nada comparte y por ello sonríe. La única verdad es que a nadie le importa una mierda nada de lo que haces. Es este un mensaje liberador, si sabes traducir su significado. El yo que experimenta es la única fuente de felicidad verdadera y la dicha se esfuma cuando todo lo vives en una pantalla. Nadie es feliz en un retrato. No puedes disfrutar de la vida si de la fotografía tienes que acordarte.
Joan Tubau — Kapital
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