Morir con todo
Geoffrey Holt nunca se compró un coche. Cuando era joven se movía en bicicleta y cuando se hizo mayor iba al pueblo en su cortacésped. La frugalidad es un rasgo que adquirió de su padre. Geoffrey tuvo lo que podríamos llamar una vida tranquila. Después de estudiar en la universidad y de servir en la Marina, se estableció en la localidad de Hinsdale, en el estado de New Hampshire, donde encontró trabajo. Viviría en una casa móvil instalada en un pequeño terreno prestado. Le gustaba pasear por el bosque y charlar con los visitantes. No necesitaba más. Su único capricho era una colección de miniaturas. Nadie podía imaginar que ese simpático hombre dejaría una herencia de 3,8 millones a los vecinos del pueblo, en agradecimiento por el trato recibido. El alcalde, respetando su espíritu frugal, guardó parte del dinero. En España hubiéramos llamado a Calatrava para reformar el polideportivo. Muy cerca de allí, en la localidad de Brattleboro, en el estado de Vermont, ocurrió un hecho similar. Ronald Read, empleado de una gasolinera, vivió una vida sin sobresaltos ni estridencias. Nunca sintió la necesidad del gasto y construyó con los años una cartera diversificada con acciones en Wells Fargo, Procter & Gamble y otras firmas aburridas que pagan dividendo religiosamente. Ronald siguió el consejo de Manel Berga («comprar y callar») para acumular un patrimonio de 8 millones. Lo donaría todo a fines benéficos.
Morir con cero criticaría la gestión financiera de Geoffrey Holt y Ronald Read, bajo la premisa que no disfrutaron de todas las posibilidades que el dinero ofrece. Yo me permito ser aquí escéptico. Primero, porque el gasto está sobrevalorado. Las compras materiales, pero también las experiencias, terminan irremediablemente cansándote. Y segundo, porque el ahorro te da algo mucho mejor que un par de zapatos nuevos o un fin de semana en Praga. Dejando el dinero en el banco compras un activo de valor incalculable: la tranquilidad existencial del que conoce su condición de intocable. Ese ahorro, y la actitud derivada, te dará posición para perseguir tus objetivos vitales. ¿Te imaginas ser dependiente de un salario? ¿Que el decreto de un político cambiara tu porvenir? ¿Que perdieras el trabajo por la decisión de un directivo coreano? ¿Te imaginas validarte en gilipolleces materiales? ¿Que financiaras el nuevo iPhone a 36 meses? ¿Que estuviera obsoleto antes de que terminaras de pagarlo? ¿Te imaginas que todo pendiera de un hilo? ¿Que mañana cerrase la fábrica y el banco se quedase con tu casa? ¿Que vivieras al día? ¿Que tuvieras líquido para sobrevivir un total de 237 horas? ¿Que se encareciera el crédito y no pudieras contarlo? ¿Que perdieras a tu familia? ¿Te imaginas haciendo cola en el comedor social? ¿O durmiendo en la calle? ¿Te imaginas que no fueras dueño de tus palabras? ¿Que no pudieras dejar un trabajo que odias? ¿O que divorciarte fuera demasiado caro? ¿Te imaginas una felicidad condicionada a un banquero con deudas? ¿A un alcalde que tardó 8 años en sacarse una carrera de letras? ¿A un jefe que grita a sus trabajadores para sentirse importante? ¿Te imaginas que los mayores imbéciles de este planeta decidieran cómo tienes que gastar tu tiempo escaso? Así vive el 90% de la gente y, si me preguntas a mí, no sé cómo lo hacen.
La piscina del Tío Gilito
Geoffrey Holt y Ronald Read dormirían tranquilos por las noches. No hablé con ellos pero puedo confirmarte que no perdieron una hora de sueño pensando si les sería concedida una línea de crédito para comprarse la última gilipollez de Apple. Como todos los humanos, padecieron la incomprensión y la soledad, pero nunca sufrieron por llegar o no llegar a final de mes, nunca sintieron angustia económica. Eso es lo que compraron con su dinero. Ahora vas y les llamas agarrados. Cuando tú estás pendiente de la financiera de El Corte Inglés para saber si te vas de vacaciones este verano. La gestión del capital es un dolor de cabeza compartido por ricos y pobres. En distinto grado, evidentemente, pero todos sufren por un dinero que es siempre insuficiente. Los pobres desean un televisor más grande y los ricos lloran el reparto injusto de una herencia. Solo la mentalidad frugal, en combinación con el ahorro, te posiciona por encima del problema. Tener dinero te permite no pensar en el dinero. Ese es el lujo verdadero. Geoffrey Holt y Ronald Read nunca consultaron un gasto con su asesor financiero, nunca calcularon si podían permitirse un capricho, si les llegaba para la jubilación. Independientemente del uso que le dieron al final de sus vidas, mi punto es que esos dos hombres gestionaron el dinero de forma eficiente. Si lo hubieran quemado todo el día antes de su muerte, habría cumplido igualmente su función: les habría permitido vivir la vida tranquila que quisieron. Esa es la seguridad de tener dinero detrás, como si un amigo con músculo te cubriera la espalda. No es tanto lo que puedes hacer con él, sino lo que puedes dejar de hacer. El dinero deja la puerta abierta. Tuvieron la posibilidad largarse a un resort pero nunca salieron de sus humildes pueblos, fueron felices en su pequeña parcela. La gente feliz se olvida del dinero.
La mayor mentira del siglo XX fue convencer a la clase media que con deuda escapan de la carrera de la rata. La mayor genialidad fue venderles desde el concepto de libertad un coche a crédito. 72 cuotas, TAE 12%. El viernes huyes de la sociedad en tu flamante todoterreno y el lunes regresas al trabajo para que no se acumulen los intereses. No lo metes por la pista forestal porque te da miedo rayarlo. El anuncio lo grabaron en un volcán de Islandia pero tú solo lo conducirás por el atasco de la M30. El coche no es una liberación, el coche es una carga. Una más, en tu balance de esclavo. Muéstrame tus ahorros y te diré si quieres ser libre. Una concepción errónea del dinero es que tienes que gastarlo para poder disfrutarlo. Se ridiculiza al Tío Gilito por bañarse en esa piscina llena de monedas pero ese pato no está siendo avaricioso ni vanidoso, simplemente celebra su total independencia. Con ese baño de oro certifica el control sobre su vida. Geoffrey, Ronald y Gilito holdearon, no con cojones, sino con cabeza, porque comprendieron el coste de oportunidad de no hacerlo: seguir las órdenes de un imbécil. El ahorro, capitalizarse, era la conclusión lógica. Nada dijeron para no ser molestados y se fueron de esta vida en silencio. Todo gasto carece de interés cuando entiendes su coste de oportunidad, aquello que no estás haciendo, el tiempo que no pasas con tu hijo para devolver el crédito. Mi mundo cambió el día que comprendí la idea: el dinero que se queda genera mayor utilidad que el dinero que se marcha. El ahorro compra la libertad. Lo difícil no es hacerlo, lo difícil es pensarlo.
Joan Tubau — Kapital