Accidentes positivos
Nota para los lectores: este será el penúltimo artículo en abierto que publicaré en mi Substack en este 2024. Tengo por delante un reto que me asusta y me ilusiona: escribir un libro. He fijado para enero la fecha de entrega. Compartiré con los suscriptores de pago de Kapital Social los capítulos que mande al editor. Espero el feedback de los dos.
¿Por qué soy economista?
No sabría decírtelo.
Recuerdo que Xavier Sala i Martín salía en la tele. Me interesó lo que contaba así que seguí escuchando. Tenía 18 años y la sociedad me empujaba a elegir un grado. ¿Quizá esto de la economía sirve para ganar pasta? Visité la Pompeu y me gustó la actitud del decano. Xavier Freixas me transmitió que esa universidad quería ser distinta, mejor. Saqué un 7,3 en la sele y cubrí el corte de 7,2. Llegué a la primera clase de micro con Teresa García-Milà y comprendí el poder del modelo, en el preciso instante en el que dibujó las funciones de la oferta y la demanda en la pizarra. ¿Por qué nadie me lo había contado antes? Me leí el manual de Mankiw en una semana. Aprobé el examen y seguí leyendo durante el verano. Había despertado una curiosidad inabarcable. Quería saber más sobre teoría de juegos, historia económica, comercio internacional. Me leí los clásicos en un curso sobre pensamiento empresarial. Adam Smith, Karl Marx, John Maynard Keynes. Un profesor de seminario me habló de Freakonomics. La economía era útil pero no sabía que podía ser también divertida. Me gradué en julio de 2011 y recibí un papel firmado por alguien importante. No recuerdo, en ningún momento, tomar la decisión de ser economista. Recuerdo que Xavier Sala i Martín salía en la tele.
Conectando los puntos
La búsqueda de la vocación sigue códigos secretos. La vocación no es algo que uno encuentre después de meditarlo durante semanas, es algo que llega por accidente, cuando se frecuenta el entorno adecuado. La vocación te elige, no la eliges, si tienes la valentía de perseguirla durante años. Le preguntaron al cardiólogo Valentí Fuster cómo fomentar las vocaciones tempranas entre jóvenes desmotivados. El doctor respondió que, cuando él era un bachiller, le invitaron a unas conferencias en la Menéndez Pelayo de Santander, con una beca que cubría todos los gastos. «Si hoy soy investigador es gracias a aquel seminario». Entró allí con el sano escepticismo del adolescente y salió con vocación de médico. Esos cuatro días escuchando a neurólogos le permitieron entender las posibilidades infinitas en el campo de la medicina. La lección es que, cuando uno es joven, debe apuntarse a todos los saraos, porque en el movimiento se revelan nuevas preferencias. El coste de oportunidad de las alternativas es todavía bajo y la vocación puede estar esperándote en el sitio menos pensado. Las oportunidades en una carrera laboral son escasas y los pasotas, por mente cerrada o por falta de ganas, pagan el precio más alto. Los errores más costosos son siempre por omisión, pierdes el tren porque simplemente no estabas mirando. Puede que el siguiente tren estés años esperándolo. Puede que nunca más pase. Por el contrario, tener el talento o la fortuna de descubrir pronto una vocación desata las ganancias exponenciales del interés compuesto, en el conocimiento, en la reputación y en los contactos. Afortunado aquel que sea elegido, porque levantará un muro infranqueable.
No controlas el timing de la apuesta pero sí decides los lugares que frecuentas, los amigos que te acompañan, los retos que afrontas, en las mil decisiones que tomas a diario. Así lo sintió mi admirado Bill Watterson. Y por eso siguió dibujando.
Dicen que el secreto del éxito pasa por estar en el lugar correcto en el momento adecuado, pero ya que nadie sabe cuándo llegará ese momento adecuado, imagino que el truco consiste en encontrar el lugar correcto y quedarte por allí explorando.
El alquimista
No es un post de Kapital si no aparece un fragmento de Taleb.
Aprovechemos cualquier oportunidad, o cualquier cosa que parezca serlo. Estas son raras, mucho más de lo que pensamos. Recordemos que los Cisnes Negros tienen un primer paso obligatorio: debemos estar expuestos a ellos. Muchas personas no se dan cuenta de que han tenido un golpe de suerte cuando lo experimentan. Si un gran editor (o un gran tratante de arte, o un ejecutivo de la industria cinematográfica, o un célebre banquero, o un gran pensador) sugiere una cita, cancelemos cualquier cosa que hayamos planeado: es posible que nunca más se nos abra esa ventana. A veces me sorprendo de que sean pocas las personas que se dan cuenta de que estas oportunidades no brotan de los árboles. Recojamos todos los billetes gratuitos que no sean de lotería (esos cuyos beneficios son a largo plazo) que podamos y, una vez que empiecen a ser rentables, no los descartemos. Trabajemos con ahínco, no en algo pesado, repetitivo o mecánico, sino en perseguir esas oportunidades y maximizar la exposición a ellas. Esto hace que el hecho de vivir en ciudades grandes tenga un valor incalculable, porque aumentamos las probabilidades de encuentros con la serendipidad. La idea de asentarse en una zona rural alegando que «en la era de Internet» hay buenas comunicaciones, nos aleja de esa fuente de incertidumbre positiva. Los diplomáticos comprenden esto muy bien: las conversaciones informales en los cócteles suelen derivar en grandes avances, y no la seca correspondencia o las conversaciones telefónicas. ¡Vayamos a las fiestas! Si somos científicos, tal vez captemos una observación que prenda la mecha de nuevas investigaciones. Y si somos autistas, mandemos a nuestros colegas a esos eventos.
La búsqueda de la vocación es una vieja alquimia. Yo sigo una enigmática receta que combina coraje, pasión y perseverancia. Añado una pizca de instinto y lo dejo reposar el tiempo que necesite, mientras espero la suerte con elegancia. Existe actualmente una sobrecarga informativa en el diseño de carrera, un exceso de teoría, una falta de implementación. De nada sirve conocer los trucos, después de 3 horas en TikTok, si luego no lo llevas a la práctica. Levanta los ojos de la pantalla y sal a la calle, nunca la diferenciación estuvo tan barata. A los padres preocupados por sus hijos les diría que añadieran grandes dosis de incertidumbre, que les delegaran la gestión de los riesgos, que les mandaran a países lejanos. Las vocaciones se resuelven por exposición pero las familias y los centros lo afrontan como si de un problema matemático se tratara. ¿El niño con más premios? ¿El grado con más salidas? ¿La universidad más reputada? Meten los datos en un Excel y un algoritmo decide su futuro. «Suspendiste literatura, me sale que no vales para médico». Tú en cambio sacaste un 10 en psicología pero siempre serás un capullo. La vocación sigue un proceso desordenado y confuso, en el que se consiguen las ventajas cometiendo locuras. «Tienes que ir a las cosas en las que se rían de ti». Que dice mi amigo Carlos Otermin. ¿Escuchas los murmullos de la gente? Ahora es cuando se pone interesante. Las críticas te permitirán demostrar si de verdad lo quieres, no es una vocación si no tuviste que defenderla antes. Te dicen que no lo hagas, que estás desperdiciando tu tiempo escaso, pero, aunque quisieras, tampoco podrías ya dejarlo. Te gustaría ser una persona normal pero no sabes cómo se hace. Intentaste por un tiempo encajar, te disfrazaste y te camuflaste, pero huiste asustado cuando comprendiste la naturaleza del intercambio: renunciar a tu vocación a cambio de un salario. Quizá pierdas la cabeza pero nunca serás el loco en este juego.
Joan Tubau — Kapital