Tierra de los hombres
«Un aura especial envuelve a los pilotos. En el ejército del aire solo existen los príncipes y los santos». Transcribo de memoria la lápida de un soldado desconocido. Enterrado en un cementerio de Ypres. Caído en el gris cielo de Flandes. El 3 de noviembre de 1917. Quizá todo lo soñé. La guerra no conoció príncipes ni tampoco santos, no hubo héroes en el frente occidental, solo cuerpos en el campo de batalla.
El viento se levanta
Leemos poesía en busca de las palabras secretas que validen la apuesta intuitiva. El cineasta Hayao Miyazaki las encontró en un verso del poeta Paul Valéry. «Le vent se lève, il faut tenter de vivre». El viento se levanta, tendremos que vivir. No debemos temer, sino abrazar, las dificultades. Viktor Frankl se repetía la misma pregunta en el campo de prisioneros. «¿Eres digno de tu sufrimiento?» Para Miyazaki cada película es un suplicio. La animación tradicional es un proceso de enorme complejidad, en el que el director supervisa todos y cada uno de los 180.000 dibujos. Es el sufrimiento elegido, es el Sísifo feliz que sube la montaña. La piedra es un tormento y una bendición. La vida es lucha y en la lucha hallaremos un sentido. Miyazaki se retira pero siempre regresa, porque el artista solo conoce un camino. El viento se levanta cuenta la historia de Jiro Horikoshi, el ingeniero aeronáutico responsable de los aviones Zero. El cuento de la princesa Kaguya, de su amigo y rival Isao Takahata, expresa una idea similar, la búsqueda de la autenticidad en una sociedad sumisa. Miyazaki y Takahata, a pesar de su edad, nunca temieron el colosal reto, rechazando el formato digital, conscientes que la belleza se esconde en el sendero difícil. La aviación, igual que la dirección artística, es «un sueño maldito». En esas palabras se expresa Caproni, el ingeniero italiano que aparece en los sueños de Jiro. En la escena del terremoto hay un sobrecogedor plano de tres segundos en el que trabajó durante meses. No busca el aplauso del público, ni por supuesto el beneficio económico, busca algo mucho mayor, busca la verdad y la pureza. Una ambición genuina, fuera de razones terrenales. El suyo no es un diálogo entre humanos, es un diálogo con la eternidad, Dios todo lo ve, en la creación de algo bello.
Miyazaki busca la inspiración en las aventuras de Saint-Exupéry. En su periplo el principito conoce a reyes, astrónomos y borrachos, personajes siempre estrafalarios, para llegar finalmente a la Tierra, poblada por seres todavía más extraños. Los humanos son criaturas, a ojos del principito, difíciles de comprender, en sus innecesarias complicaciones por exceso de racionalidad. Saint-Exupéry trabajó en el correo aéreo después de la firma del armisticio. Que todos los días fueran peligrosos hizo que todas las noches fueran especiales. Saint-Exupéry descubrió lugares recónditos y charló con personas genuinas, hasta que un día, cansado de todo, despegó para nunca más regresar. Miyazaki le rindió tributo sobrevolando el Sáhara con la misma avioneta.
Me pregunto qué sintió Saint-Exupéry cuando hizo este vuelo hace cincuenta años. Cuando estuvo en activo como piloto postal, Francia se encontraba en medio de un tumultuoso período de entreguerras. El único medio de volar era ser piloto de correos, una ocupación muy demandada. En tierra, la gente bebía absenta y decía tonterías. Saint-Exupéry y sus colegas Mermoz y Guillaumet, famosos pilotos, se alejaron de esos tiempos decadentes y surcaron los cielos como héroes. La brecha entre la tierra y el cielo entonces era mayor de lo que podemos imaginar. Sospecho que lo único en lo que podían creer era en su amistad y solidaridad. Creo que, más que pensar que estaban conquistando los cielos, creían poseer un poder sobrenatural y, cuanto más volaban, más desarrollaban su profunda admiración hacia la naturaleza. Debieron haber sentido una gran excitación cuando impulsaban los límites de sus aparatos en medio del aire. Muchos murieron. Aún hoy los jóvenes siguen queriendo volar. ¿Por qué? La única respuesta es porque quieren hacerlo. Ellos sintieron el mundo, el viento y las olas. El aire podía ser suave o violento. Si el viento de cara era fuerte, debían volar bajo y apoyarse en la topografía del terreno. Si el viento venía de cola, todo era coser y cantar. Se dieron el gusto de conectar lugares y personas, aunque solo llevaran el correo. Vieron paisajes vírgenes, algo diferente a lo que ocurre hoy. Los paisajes vistos por mucha gente reducen su impacto, se desgastan. Me maravillo al pensar qué clase de mundo contemplaron ellos desde las alturas, rodeados de tantos peligros.
Hace mucho que Miyazaki dejó de creer en la mentira del progreso.
La era de los pilotos de correo había ya concluido cuando Saint-Exupéry escribió Tierra de los hombres. Algunos se rebelaron contra el cambio y algunos cayeron al vacío. Sus colegas Mermoz y Guillaumet murieron, y el mismo Saint-Exupéry desapareció en el Mediterráneo en circunstancias suicidas, dejando la frase: «El hormiguero del futuro me horroriza». La historia de la aviación es despiadada. A pesar de ello, me encantan las historias sobre pilotos. No discutiré mis motivos, pues parecerían justificaciones. He mantenido una vena de brutalidad. Siento que la sofocaría si todo lo que tuviese fuera mi vida diaria. Hoy muchas líneas cruzan el cielo, con las zonas restringidas a vuelos militares y las áreas para grandes aviones. Nuestro cielo se ha convertido en un espacio controlado por burócratas en tierra. ¿Sería el mundo diferente si no pudiéramos volar aún y los niños anhelaran subir a las nubes? Me pregunto qué ha sido mejor, lo que ganamos fabricando aviones o lo que perdimos al hacerlos. Estas son las meditaciones de una hormiga en la época del hormiguero, que empieza a dudar sobre los avances del progreso y la velocidad.
El niño y la garza
El principito nunca entendió las estúpidas preocupaciones de los ridículos humanos.
Los hombres ocupan muy poco lugar en la Tierra. Si los dos mil millones de habitantes que pueblan la Tierra se tuviesen de pie y un poco apretados, como en un mitin, podrían alojarse fácilmente en una plaza pública de veinte millas de largo por veinte millas de ancho. Podría amontonarse a la humanidad sobre el más pequeño islote del Pacífico. Las personas mayores, sin duda, no os creerán. Se imaginan que ocupan mucho sitio. Se sienten importantes, como los baobabs. Les aconsejaréis, pues, que hagan el cálculo. Eso les gustará, ya que adoran las cifras.
Ninguna acción cambiará el mundo. Y sin embargo lo hacemos. Ese es el gran misterio. ¿Cómo encuentra el hombre un sentido? ¿Por qué dibuja Miyazaki? ¿Por qué diseña aviones Jiro? ¿Por qué escribo yo este texto? Los psicólogos no consiguen resolverlo. Al concluir El viento se levanta, Miyazaki convocó una rueda de prensa. Esta vez, ahora sí, se retiraba. Se sentía viejo y cansado, no le quedaban fuerzas para dirigir de nuevo. Meses después regresaba a la mesa de trabajo. El niño y la garza será el último largometraje de un maestro que dibuja las historias que merecen ser contadas.
Miyazaki sigue trabajando con 82 años.
«Le vent se lève, il faut tenter de vivre».
Joan Tubau — Kapital
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