Los boomers miden la riqueza en ladrillos. Tú le dices a un boomer que tienes muchos ladrillos y te ganas su respeto y su confianza. No son las historias que recuerdas, ni el carácter que muestras, son los ladrillos que cuentas. Si tienes ladrillos eres un hombre de éxito. Si no tienes ladrillos eres un don mierdas. El total de ladrillos es lo único que importa. El sumatorio es irrelevante. Da lo mismo tener una casa grande que un gran número de pisos, si al final del día te salen muchos ladrillos. Todos los ladrillos suman pero no todos los ladrillos igual valen. El ladrillo de ciudad es escaso. El ladrillo de montaña es exclusivo. Hay ladrillos macizos, ladrillos huecos y ladrillos perforados. Todos los ladrillos son bellos porque todos los ladrillos son alquilables. Una nave industrial o un céntrico garaje. Incluso un zulo sin ventanas. Vivimos en la economía del boomer y el ladrillo es sagrado. El pilar del mercado son los precios inflados. Su mantra es que nunca bajan. Lagarde manipula los tipos y los banqueros colocan el crédito inmobiliario. «No puedo dejarte dinero para abrir un negocio rentable pero firma aquí y te doy ahora una hipoteca sin ingresos estables». Los boomers miden la riqueza en ladrillos y por eso acumulan sin descanso. Su objetivo es morir con el mayor número de ladrillos y por eso se pelean por un salario. Esa es su misión vital y debemos respetarla. Levantándose religiosamente todas las mañanas para meterse en el atasco que les lleva a la oficina en la que matan las horas jugando al buscaminas haciendo ver que trabajan. El contrato fijo desbloquea el crédito barato. De día buscan gangas en Idealista y de noche sueñan con ir al notario. El ladrillo como promesa de felicidad. El ladrillo como motor de la sociedad. Ocupa este puesto de mierda y serás propietario dentro de 35 años. Sin ladrillo todo cae. Sin ladrillo no podrían controlarte.
Los boomers no te clasifican por lo que eres sino por lo que tienes. «Me llamo Josep Maria y me gusta pasear por el bosque y mirar las estrellas». Dile esto a un boomer y se te quedará mirando con cara de náufrago. Mejor ser preciso en el número de ladrillos: «Me llamo Josep Maria y tengo un ático en Barcelona y un chalet en los Alpes». Entonces creen conocerte. «El novio de mi hija es un putero cocainómano». Afirma un padre preocupado. «Pero tiene muchos ladrillos». Le tranquiliza la madre. Al boomer le gustan las cosas que puede tocar. Le dejas 10.000 euros a un boomer y a los cinco minutos tiene una nueva plaza de parking. Existe un ranking social chungo que todos comparten y todos respetan. A los niños con ladrillo no se les permite hablar con los niños sin ladrillo. Los jóvenes con apartamento en Begur no se emparejan con los jóvenes con apartamento en Salou. Nadie lo reconoce pero todos siguen este código secreto. Ríete tú de la sociedad estamental de la Edad Media. Se cancela aquí la boda si el pretendiente no presenta antes una declaración de bienes. Te preguntan tus metros cuadrados y luego deciden si entras en su círculo de contactos. «¿Tienes piso en propiedad?» Si la respuesta es afirmativa empalmará o mojará bragas. «¿Y con piscina comunitaria?». Se corre antes de llegar a la cama. Seguramente el raro soy yo pero intento no clasificar a la gente por el número de ladrillos, solo me preocupa la conversación agradable. La riqueza, si me preguntas a mí, son otras variables. Rico es quien alarga una sobremesa con amigos. Rico es quien puede decir que no. Rico es quien tiene tiempo de jugar con su hijo. Rico es quien emprende una travesía sin fecha de regreso. Rico es quien se muda a Tokio persiguiendo la curiosidad. Rico es quien busca la realización personal en un proyecto sin beneficio. El ladrillo no necesariamente te hace mejor en estas dimensiones. Por mi experiencia, lo complica.
La segunda residencia
¿Qué se compra un boomer el día que paga la última cuota de la hipoteca? Una segunda residencia. El apartamento en la playa es la obsesión de la clase media. La meta final que dará propósito a su existencia. Todo gana sentido el día que adquieren ese antro de 50 metros cuadrados con vistas a la Nacional 340. 10 años de salario por un bajo sin aire acondicionado. La decisión financiera es, por lo menos, cuestionable. He hecho los números. 300.000 euros dividido por 15 días de agosto multiplicado por 40 veranos. Te sale a 500 euros la noche. Puedes dormir en el Ritz y te sobra pasta para el Sandero. Me niego a llamar vacaciones a la rutina que te montaste. A primera hora pelea con charos plantando la sombrilla en la playa, para luego comer en un chiringuito pretencioso con producto congelado. Por la tarde puesta de sol con gin-tonic de 18 euros y por la noche Stories para dejar claro que vives cada día como si fuera el último. Te entiendo, yo también desearía que todo pronto acabara. ¿Quieres generar envidia con la foto de esa paella recalentada? Hermano, me cambiaría antes por un niño de Malawi. Lo mires por donde lo mires, la segunda residencia es una inversión nefasta. No por el precio sino por el coste de oportunidad, los destinos no visitados. Tienes ahora la obligación de ir a ese horrible sitio todos los veranos. Existe un segundo coste de oportunidad más jodido: todas las horas que trabajarás para recuperarle la propiedad al banco. Te jode este post y por eso te lo guardas. Cuando se dispare el ladrillo espero mensaje vacilándome. Esa es la trampa. Contablemente todo se puede justificar. Tu obituario dirá que la vida no fue emocionante pero sí rentable.
Toda deuda bloquea la libertad de movimientos. El mayor coste de la deuda no son los intereses pagados, son las alternativas no exploradas. Quizá los boomers pagan para no sentir la tentación de mirar fuera. Les gustan los impuestos, los seguros y los gastos de mantenimiento, las facturas a final de mes les mantienen ocupados. Una casa, al igual que un hijo, te asegura una larga lista de tareas. Cuando las resuelves todas, te mueres. Evitas así formularte preguntas innecesarias, organizando reuniones de lunes a viernes y reparando mierdas los fines de semana. La deuda elimina la posibilidad de la huida, vives más tranquilo ahora que no puedes permitírtela. Cuantas más casas, más problemas. Lo mejor de ser casero no es la renta percibida, es que te toquen los huevos una mañana de domingo. Esa llamada es tu bendición. Te permite evadirte del matrimonio. Algunos se enchufan a Netflix y otros juegan con ser promotores, cualquier excusa es buena para no intercambiar palabra con la desconocida que duerme en tu cama. A diferencia del televisor, en el ladrillo tienes la sensación de estar progresando. No te engañes, es el capitalismo empujándote hacia el acantilado. El juego es perverso en este contexto de redes sociales. Tú eras feliz antes de dar en Instagram con ese antiguo compañero de clase. «Si yo soy más listo, ¿por qué él tiene una casa más grande?» Las cosas te han ido bien y podrías retirarte, para cuidar el huerto y tomar el sol en la hamaca, pero decides seguir especulando. El día que tengas el palacete, la casa más hortera de tu promoción, te fijarás en la mansión de Laura Escanes. No puedes ganar la partida cuando compites contra retrasados. Si eres inteligente, el dinero compra tu libertad. Si eres estúpido, el dinero te la quita. La riqueza no se mide en ladrillos porque la riqueza no se mide en dinero. La riqueza se mide en espacio. La riqueza se mide en independencia. La riqueza se mide en tiempo.
Joan Tubau — Kapital