Enciclopedia de los muertos
Afortunado aquel que nunca alcance su sueño. Se preguntaba Hayao Miyazaki, en el artículo de la semana pasada, si viviríamos más felices sin aviones en los cielos, fantaseando con un día poseerlos, y justo ayer descubrí a Danilo Kiš y su Enciclopedia de los muertos. El escritor serbio imaginó una biblioteca secreta con una única obra, una enciclopedia con millones de tomos que narraría las vidas sencillas de todas las personas anónimas que poblaron la Tierra, escrita por un ser inmortal «con el fin de corregir la injusticia y de conceder a todas las criaturas de Dios un mismo lugar en la eternidad». En ella aparecería la historia de Đ, un cartógrafo de Belgrado, que intuyó el mar de joven y nunca más volvería a verlo. Đ temía desde entonces el reencuentro, conocedor que la vida siempre decepciona, lleguen o no lleguen las cosas que esperas.
Este mar que había entrevisto desde lo alto del monte Velebit, el veintiocho de abril de 1935, por primera vez en sus veinticinco años de vida, se le iba a quedar grabado como una revelación, como un sueño que llevaría en su interior durante cuarenta años con la misma intensidad, como un secreto, como una aparición de la que no se habla a nadie. Después de tantos años, él mismo ya no sabía si lo que había visto entonces era realmente el mar o si se trataba del horizonte del cielo, y para él el único mar verdadero sería siempre el azul de los mapas geográficos en los que las zonas profundas se señalan con índigo oscuro y las zonas menos hondas con un color cárdeno más claro.
Antes desaparecería un país que el recuerdo de un hombre. Yugoslavia cambió de monarquía a dictadura socialista pero los sueños de Đ permanecieron intactos.
Creo que ésta es la razón por la cual se negó durante largos años a irse de veraneo, en la época en que la gente de aquí ya había empezado a partir en masa hacia las residencias de reposo al borde del mar, a través de organizaciones sindicales o de agencias de turismo. En su negativa había un extraño miedo, como si temiera una decepción, como si un encuentro tan directo con el mar pudiera destruir en él aquella lejana visión que le había deslumbrado el 28 de abril de 1935, cuando descubrió por primera vez en su vida, de lejos, al alba, el azul del Adriático. Y todos los pretextos que alegaba para retrasar este encuentro con el mar no parecían lo suficientemente convincentes: no quería ir de vacaciones como un ridículo turista, no tenía dinero (lo cual no estaba lejos de la realidad), no soportaba el sol cuando apretaba demasiado (si bien había pasado toda su vida bajo los soles más ardientes), solo pedía que lo dejásemos en paz, se encontraba perfectamente en Belgrado, detrás de las persianas bajadas. En este capítulo de la Enciclopedia de los muertos se explica en los más mínimos detalles aquella aventura marítima suya, desde la primera visión lírica, en el año 1935, hasta el verdadero encuentro, cara a cara, con el mar unos cuarenta años más tarde.
Đ intuía el fatal desenlace. El recuerdo idealizado nunca sobrevive un siempre imperfecto presente. De joven uno espera mil cosas de la vida y en esa ilusión persistimos. Hasta que un día comprendemos que nada había que alcanzar, que la realidad era una quimera, que solo sufrieron quienes se tomaron en serio el juego.
Su primer encuentro real con el mar en el año 1975, tuvo lugar cuando, cediendo finalmente ante todos nuestros ruegos, aceptó ir a Rovinj con mi madre, a casa de unos amigos que no iban a ocuparla aquel verano. Volvió antes de lo previsto, descontento con el clima, descontento con el servicio en los restaurantes, descontento con el programa de televisión, descontento con la muchedumbre, con la contaminación, con la plaga de medusas, con los precios y con el «robo» generalizado. En cuanto al mar, salvo lo de la contaminació («es el aseo público de los turistas») y de las medusas («lo que las atrae es el hedor humano, como a los piojos») no dijo nada más, ni una sola palabra. Solo hacía un gesto de decepción con la mano. Ahora sé lo que aquello quería decir: este sueño del Adriático, conservado durante largos años, esta lejana visión, eran más bellos y más impresionantes, más puros y más fuertes que este agua sucia en la que chapoteaban hombres obesos y mujeres embadurnadas de aceite, «negras como el carbón». Fue la última vez que pasó unas vacaciones en el mar. Ahora sé también que en aquel momento murió en él, como si se hubiese tratado de un ser querido, un lejano sueño, una lejana ilusión (si es que era una ilusión) que había albergado durante cuarenta años.
Así veo yo la vida.
La decepción es mayor cuando llegan las cosas que esperas.
Joan Tubau — Kapital
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