El individuo soberano
El individuo soberano no es un libro, es una profecía.
Escrita por Dale Davidson y Rees-Mogg en 1997.
El manifiesto
La sociedad del futuro.
La revolución de la información liberará a los individuos. Aquellos que puedan educarse y motivarse por sí solos, serán libres de inventar su propio trabajo. El genio será desatado, liberado tanto de la opresión del gobierno como de los arrastres de los prejuicios raciales y étnicos. En la sociedad de la información, nadie que sea verdaderamente capaz será detenido por las opiniones interesadas de los demás. No importará lo que la mayoría de la gente piense de tu raza, de tu apariencia, de tu edad, de tus tendencias sexuales o del peinado que lleves. En la cibereconomía, nunca nadie será visto. Los feos, los gordos, los viejos y los discapacitados competirán con los jóvenes y los guapos en igualdad de condiciones, en el anonimato ciego de las fronteras del ciberespacio. El mérito, dondequiera que surja, será recompensado como nunca antes. En un entorno donde la mayor fuente de riqueza serán las ideas que se tienen en la cabeza y no solo el capital físico, cualquiera que piense con claridad será potencialmente rico.
El pasado
El estudio de la civilización.
Con los acontecimientos desarrollándose más rápido que en transformaciones sociales anteriores, la comprensión temprana de cómo cambiará el mundo podría resultar más útil para ti de lo que fue para tus antepasados. Incluso si los primeros agricultores hubieran comprendido milagrosamente todas las implicaciones megapolíticas de trabajar la tierra, esta información habría sido prácticamente inútil, porque tendrían que pasar miles de años antes de que se completara la transición a la nueva fase de la sociedad. Hoy no es así. La historia se ha acelerado. Los pronósticos que anticipan las implicaciones megapolíticas de la tecnología son mucho más útiles hoy en día. Si podemos desarrollar las implicaciones de la actual transición a la sociedad de la información en la misma medida en que alguien con conocimientos presentes podría haber entendido las implicaciones de las transiciones pasadas a la agricultura y la industria, esa información debería ser mucho más valiosa ahora. En pocas palabras, el horizonte de acción de los pronósticos megapolíticos se ha reducido a su rango más útil: el lapso de una vida.
El colapso de la iglesia.
Las celebraciones religiosas a finales del siglo XV crecieron como los programas que proliferan en los estados de bienestar hoy. El resultado fue una sobrecarga institucional similar a la que caracteriza nuestras sociedades politizadas. Las fiestas religiosas proliferaron. Los festivos se hicieron numerosos. El cumplimiento de las obligaciones religiosas de los fieles se hizo cada vez más costoso, de la misma manera que se encarece permanecer dentro de la ley hoy en día. Tanto entonces como ahora, lo productivo llevaba una carga creciente de redistribución de ingresos. Estos costes aumentaron debido a un cambio en el uso del capital. La ventaja relativa de la tenencia de tierras en comparación con el capital monetario disminuía. La mente medieval seguía pensando en una sociedad sujeta al estatus, en la que la posición social estaba determinada por quién era, más que por la habilidad de desplegar el capital de forma efectiva. Los costes exagerados de las celebraciones religiosas recayeron en los campesinos, los burgueses y los agricultores más ambiciosos y trabajadores, más dependientes que la aristocracia en el despliegue útil de su escaso capital. Ellos se vieron obligados a asumir un coste desproporcionado para mantener una extravagante burocracia eclesiástica.
El auge de la democracia liberal.
La democracia se convertiría en la estrategia para transferir recursos militares al estado. En comparación con otros estilos de soberanía que defendían su legitimidad en otros principios, como el gravamen feudal, el derecho divino de los reyes, el deber religioso o las contribuciones voluntarias, la democracia de masas se convirtió en la nueva soberanía porque agrupó recursos en esa economía industrial. Lo mismo puede decirse del nacionalismo, que se convirtió en un corolario de la democracia. Los estados que alentaban el nacionalismo movilizaron ejércitos a un coste menor. El nacionalismo fue un invento que permitió al estado aumentar su escala militar. Como la política misma, el nacionalismo es un invento moderno. (…) Todos los que alcanzaron la mayoría de edad en el siglo XX fueron inculcados en los deberes y obligaciones del ciudadano. Los imperativos morales residuales de la era industrial estimularán ataques neoluditas a las tecnologías de la información.
La crisis identitaria en el capitalismo.
La movilidad social introducida por el capitalismo habría destruido las identidades fijas de una vida tradicional en la aldea. El hijo de un agricultor sabía que sería un agricultor, que trabajaría la misma tierra que trabajó su padre. En la edad moderna había un amplio elenco de ocupaciones. Uno podía convertirse en maestro, comerciante, soldado, doctor o marinero. Incluso como granjero, podía emigrar a los Estados Unidos y buscar fortuna lejos del hogar familiar. Esta libertad que el capitalismo proporcionó a las personas para crear sus propias identidades resultó aterradora en aquellos que no estaban preparados para hacer un uso creativo de ella, en aquellos que anhelaban la seguridad de una identidad sólida y se sentían atraídos por las simplicidades de la propaganda nacionalista.
El presente
La nueva economía.
La tecnología crea por primera vez un reino infinito y no terrestre para la actividad económica. El procesamiento y la utilización de la información sustituye los productos físicos como la principal fuente de beneficios. Esto acarrea consecuencias importantes. La tecnología de la información permite separar la generación de ingresos de la residencia en un lugar geográfico específico. Dado que una parte cada vez mayor del valor de los productos y servicios se crea añadiendo ideas y conocimientos, el valor añadido será capturado dentro de jurisdicciones locales. Las ideas pueden formularse en cualquier lugar y transmitirse globalmente a la velocidad de la luz. Esto significa inevitablemente que la economía de la información será dramáticamente distinta de la economía en la era industrial.
Los ciudadanos como clientes.
Más importante que el hecho de que se pueda vivir bien en casi cualquier lugar es el hecho de que ahora se puedan generar altos ingresos desde cualquier lugar. Ya no es necesario residir en una jurisdicción determinada para acumular riqueza y vivir, tal como aconsejó Keynes, «sabia y agradablemente». La microtecnología cambia la base política sobre la que descansa el estado-nación. Los países de la OCDE impusieron fuertes cargas fiscales y reglamentarias a las personas que hacían negocios dentro de sus fronteras. Estos peajes fueron tolerados cuando los estados-nación eran las únicas jurisdicciones en las que se podían hacer negocios y residir con un nivel de comodidad razonable. Pero esto forma parte del pasado. La prima que pagan los residentes de la OCDE ya no sale a cuenta y será menos competitiva a medida que se intensifique la competencia entre jurisdicciones. Aquellos con la capacidad de generar ganancias y capital en la Era de la Información podrán ubicarse y hacer negocios en cualquier lugar. Solo los más patriotas o los más estúpidos seguirán residiendo en países con impuestos altos.
El ganador se lo lleva todo.
Los monarcas, como encarnación de la nación, disfrutaron de una cierta inmunidad a la envidia que no se traspasará a los individuos soberanos. Los rezagados de la Era de la Información envidiarán a los ganadores en un mercado winner-takes-all. A medida que la economía se abra a una competencia global, la demanda por rendimiento ordinario decrecerá. Los talentos promedios, abundantes en todo el planeta, alquilarán su tiempo por una fracción de las tarifas que se pagan hoy en los países industrializados. Los perdedores serán los jugadores de las ligas menores, a tan solo medio segundo de golpear la bola rápida de las ligas mayores.
El movimiento woke.
La victimización de la sociedad está diseñada para que la élite política pueda evadir sus compromisos adquiridos con los ciudadanos. El crecimiento del sentimiento de victimización es un intento de comprar la paz social, reforzando el argumento para la redistribución. La moda de la victimología surgió con fuerza en los Estados Unidos porque la tecnología de la información penetró allí con fuerza, pero los nuevos mitos de la discriminación serán comunes en todas las sociedades industriales en su etapa senil. La designación de una víctima no tiene por objetivo incubar delirios paranoicos de persecución entre subgrupos de la sociedad, ni tampoco subvencionar la difusión de valores contraproducentes, sirve para aliviar a un estado en bancarrota de sus presiones fiscales vía la redistribución de la riqueza.
La crisis demográfica.
La fuga de los ricos de los estados de bienestar ocurrirá demográficamente en el peor momento. A principios del XXI, las poblaciones envejecidas en Europa y Norteamérica se encontrarán con ahorros insuficientes para cubrir los gastos médicos y financiar su estilo de vida. El estadounidense promedio llega a la jubilación sin prácticamente ahorros y el estado de bienestar se enfrenta a una insolvencia. A medida que entiendan que el gobierno que antes controlaban está perdiendo la autoridad sobre los recursos ajenos, se volverán tan inflexibles como los funcionarios franceses en huelga, en su lucha en contra de la aritmética.
La pandemia.
Es de esperar que los estados-nación emprendan acciones encubiertas para subvertir el atractivo de esta nueva transitoriedad. Una guerra biológica podría desalentar eficazmente los desplazamientos, con el brote de una epidemia mortal. Esto no solo desalentaría el deseo de viajar, sino que también darías a las viejas jurisdicciones una excusa para sellar fronteras y limitar el número de migraciones.
La decadencia moral.
El colapso de la moralidad y la creciente corrupción entre los líderes de los gobiernos occidentales no son acontecimientos aleatorios. Son la prueba de que el potencial del estado-nación se agota. Sus líderes ya no se creen sus propias mentiras. Tampoco sus votantes. Siempre que el cambio tecnológico separa las antiguas de las nuevas fuerzas económicas, las normas morales cambian y los ciudadanos empiezan a tratar a los políticos al mando de las viejas instituciones con creciente desdén. Esta repulsión generalizada se pone en evidencia mucho antes de que la gente desarrolle una nueva ideología coherente de cambio.
La violencia como motor social.
La violencia colectiva proviene en gran medida de la ansiedad que la gente experimenta cuando las instituciones establecidas se desmoronan. Si la miseria agrava la situación, la reacción se vuelve más violenta. La violencia no es tanto un producto de la ansiedad, sino el intento racional de intimidar a las autoridades para que cumplan con sus viejas promesas. Los cambios estructurales estimulan la violencia colectiva de naturaleza política. En lugar de constituir una ruptura brusca con la vida política, podríamos decir que las luchas violentas amplifican y complementan los intentos organizados de los ciudadanos para lograr sus objetivos.
El futuro
El fin del monopolio.
Los gobiernos imponen una protección de mala calidad y escandalosamente cara. Este hábito de cobrar mucho más de lo que valen sus servicios se desarrolló a través de siglos de monopolio. Los impuestos eran altos porque los gobiernos tenían el monopolio de la coacción. Este equilibrio chocará profundamente con las nuevas posibilidades megapolíticas del cibercomercio. Las sociedades de la información colocarán vastos recursos fuera del ámbito de la depredación. Como el gobierno será menos necesario, su precio relativo caerá. Dado que en el nuevo milenio una gran parte de las transacciones financieras se llevarán a cabo en el ciberespacio, las personas tendrán la posibilidad de elegir sus jurisdicciones. Esto creará una intensa competencia para fijar el precio de los impuestos y los servicios sobre una base no monopolística. Es un cambio revolucionario, ya que el estado del bienestar es la única institución que había resistido con éxito las fuerzas de la competencia.
La lenta agonía.
El estado tomará medidas desesperadas para lazar a su ganado en fuga. Empleará medios violentos para restringir el acceso a las tecnologías liberadoras. Estas medidas desesperadas funcionarán solo por un tiempo, si es que lo hacen. El estado-nación del siglo XX, con toda su arrogancia, morirá de hambre a medida que disminuyan sus ingresos fiscales. Cuando el estado se vea incapaz de cumplir con los gastos a los que se había comprometido, recurrirá a medidas desesperadas. Una de ellas será la impresión de dinero. Los gobiernos se acostumbraron al monopolio de una moneda que han depreciado a su voluntad. Esta inflación arbitraria ha sido una característica destacada de la política monetaria del siglo XX. Incluso la mejor moneda nacional de la posguerra, el marco alemán, perdió el 71 % de su valor desde principios de 1949 hasta finales de 1995. En el mismo período, el dólar estadounidense perdió el 84 % de su valor. Esta inflación tuvo el mismo efecto que haber cobrado un impuesto a todos los poseedores de la moneda.
La privatización del estado.
En el lugar de los estados-nación aparecerán jurisdicciones a nivel provincial, enclaves de varios tipos como ciudades-estado medievales. Por extraño que le parezca a la gente, inculcada en la lógica de la política, los burócratas de estos nuevos miniestados estarán más influenciados por el posicionamiento empresarial que por las disputas políticas. Estas soberanías fragmentadas servirán los intereses de distintos consumidores, al igual que ocurre con los restaurantes, aplicando en sus espacios públicos regulaciones específicas que atraigan a los segmentos de los mercado deseados. (…) La eficiencia será más importante que los dictados del poder. Esto significa que las ciudades que puedan defender eficazmente los derechos de propiedad y proveerse de justicia serán soberanías viables en la Era de la Información, como no lo habían sido en los últimos cinco siglos. En el ciberespacio surgirá un ámbito de actividad económica que no será rehén de la violencia física.
Las cosas se ponen feas.
Los cambios son inquietantes y peligrosos. Así como los monarcas, señores y papas lucharon despiadadamente para preservar sus privilegios en las primeras etapas del período moderno, los gobiernos emplearán la violencia, a menudo encubierta y arbitraria, en su intento de detener el reloj. Debilitado por el desafío de la tecnología, los estados tratarán a los individuos autónomos, sus antiguos ciudadanos, con la mayor crueldad. La revolución de la información no solo creará una crisis fiscal para los gobiernos, sino que tenderá a desintegrar todas las grandes estructuras. Al perder el control impositivo, los gobiernos, incluso en los países tradicionalmente civilizados, se volverán más agresivos. A medida que el impuesto sobre la renta se vuelva incobrable, resurgirán viejos métodos de recaudación. La forma definitiva para recaudar impuestos (la toma de rehenes, de facto o indirecta) será la última medida de unos políticos desesperados. Los individuos se verán señalados y obligados a pagar un rescate medieval. Las empresas que ofrezcan servicios que incrementen la autonomía de los individuos estarán sujetas a infiltración y sabotaje. El decomiso arbitrario de propiedades, algo hoy común en los Estados Unidos, donde ocurre 5.000 veces por semana, se volverá generalizado. Los gobiernos violarán los derechos humanos, censurarán el libre flujo de la información, sabotearán las tecnologías útiles y otras cosas peores.
El bitcoin
La privatización del dinero.
Las nuevas tecnologías permitirán a los poseedores de riqueza escapar de los monopolios nacionales que han emitido y regulado el dinero en la era moderno. Su rol de custodia en la riqueza mundial será trascendido por los algoritmos matemáticos. En el nuevo milenio, el ciberdinero de los mercados privados reemplazará al dinero fiduciario emitido por los gobiernos. Solo los pobres serán víctimas de la inflación y de los consiguientes colapsos, consecuencia del apalancamiento artificial que el dinero fiduciario genera en la economía.
El bitcoin antes del bitcoin.
Si bien el papel moneda seguirá circulando como medio residual de intercambio para pobres y analfabetos informáticos, el dinero para transacciones de alto valor será privatizado. Esta nueva forma digital de dinero está destinada a jugar un papel fundamental en el cibercomercio. Consistirá en secuencias encriptadas de números primos de varios cientos de dígitos. Único, anónimo y verificable, este dinero acomodará las transacciones. También será divisible en la más pequeña fracción de valor. Se podrá intercambiar al pulsar una tecla en un mercado multimillonario sin fronteras. Cuando los individuos soberanos puedan negociar desde un reino sin realidad física, ya no tendrán que tolerar la práctica común de los gobiernos de degradar el valor del dinero a través de la inflación. ¿Por qué deberían hacerlo?
Pago por provisión.
La transcendental consecuencia del nuevo dinero digital será el fin de la inflación y el desapalancamiento del sistema financiero. Las implicaciones económicas son profundas. El aumento de la inflación en el siglo XX estaba íntimamente relacionado con el equilibrio de poderes en el mundo. El creciente retorno a la violencia marcó el incremento del gasto militar, que a su vez requirió métodos más agresivos para expropiar la riqueza. La inflación, este impuesto anual sobre el patrimonio de los tenedores de moneda, podría considerarse como una tasa de transacción. En esta era industrial, entendemos la provisión de moneda como un servicio por el que no pagamos directamente, olvidando que los emisores de dólares, pesos, libras y francos, es decir, los gobiernos, nos lo cobran a través de la inflación. El uso del nuevo sistema monetario implicará probablemente un coste de transacción más explícito, quizás una tasa del 1 por ciento anual. Este será un precio pequeño comparado con el impuesto inflacionario de los estados-nación.
La promesa
El nuevo capital.
El argumento de este libro es que la mayor capacidad de los individuos para proteger sus transacciones y sus activos de los impuestos confiscatorios del gobierno implica una redistribución de los recursos inferior y un control social no centralizado. La ciudadanía es un modelo obsoleto. Para optimizar tus ganancias y convertirte en un individuo soberano serás cliente en lugar de ciudadano. En la Era de la Información ya no pagarás una carga fiscal desmedida, sino que negociarás un tratado fiscal privado por los servicios prestados. El éxito en los negocios, como en todas las dimensiones de la vida, depende de tu capacidad para resolver problemas. Si puedes formarte adecuadamente, te espera una brillante carrera. No importa dónde vivas, siempre encontrarás infinidad de problemas. Quienes se beneficien de tus soluciones pagarán generosamente.