El dinero compra la felicidad. Si sabes cómo gastarlo
Luis XIV, el Rey Sol, vivía con todos los lujos de la época. Viajaba en espléndidos carruajes, degustaba deliciosos manjares, estudiaba manuscritos antiguos, contemplaba colecciones de arte barroco y dormía en el majestuoso palacio de Versalles. A pesar de eso, el monarca nunca tuvo mejor vida que la que tú estás disfrutando. Tú, a diferencia de Luis XIV, puedes volar a Roma en menos de dos horas. La lotería de Ryanair es un coste menor frente a los bandidos y los lobos de antaño. Tú puedes pedir cualquier plato de la cocina japonesa. Eliges en Glovo entre sushi o ramen y en 20 minutos lo tienes en casa. Tú puedes acceder al conocimiento universal con un mágico dispositivo llamado smartphone. Aunque luego lo utilices para cotillear la nueva pareja sexual de la Kardashian. Y tú puedes visitar el Louvre en un tour privado, emocionándote con las mil historia detrás de las pinturas de Leonardo. Quizá no vives en un palacio con cien habitaciones pero con tan solo pulsar un botón calientas tu piso en invierno y lo enfrías en verano. Siendo plebeyo tampoco debes preocuparte por los intentos de asesinato. Por no mencionar la funesta medicina del XVII, con curanderos que trataban las infecciones con sanguijuelas. Sin acceso a vacunas ni antibióticos, un resfriado podía matar al hombre más poderoso del planeta. El hijo mayor, el Gran Delfín de Francia (¡pedazo de título!), falleció por culpa de una viruela, una enfermedad hoy erradicada. Un dolor insoportable obligó a sacrificar al paciente cuando el cuerpo se le llenó de llagas. Luis XIV murió de gangrena en una cirugía sin anestesia. ¿Sigues pensando que ese hombre tuvo una existencia plácida?
Tienes más privilegios que el Rey Sol y sin embargo no estás contento. No es culpa tuya. Es tu programación. La felicidad funciona por comparación. Sonríes cuando te posicionas por encima de tus rivales. Luis XIV construyó Versalles por la misma razón que tu mujer insiste en reformar el baño: para enseñárselo a su cuñado austríaco. «Si no quisieras sentirte inferior a tus compañeros de promoción, no deberías haber ido a una escuela tan buena». Así funciona la cosa entre animales sociales, que no compiten en términos absolutos sino relativos. El porcentaje de gente que se declara muy feliz se mantiene constante en el 30%. A pesar de que el PIB per cápita se ha multiplicado por 10 en los últimos 50 años. Tenemos mayor poder adquisitivo pero los problemas no cambian. A la estúpida competición por estatus añádele un error perceptivo, agravado por las redes sociales: sobrevaloramos lo felices que son los demás, convirtiendo la partida en inganable. La brutalidad de Twitter, en este sentido, es más sana que la impostura de Instagram. Los psicólogos desaconsejan seguir las falsas historias motivacionales en LinkedIn, de un estudiante que ayudó a un vagabundo y llegó tarde a la entrevista de trabajo. Queda el revés dramático: el homeless era el entrevistador disfrazado. Quiero lo que toma esa gente. Tú y yo sabemos que odias tu curro, ¿qué mierdas haces comentando un post titulado Gobernanza global en la era del big data?
El asalariado está obsesionado con la gestión eficiente del tiempo. Su vida depende de ello. Por vez primera un trabajador de cuello blanco vive más estresado que un trabajador de cuello azul, con la agenda llena de reuniones, eternamente insatisfecho en la carrera de la rata. 8 horas de sueño, 8 horas de trabajo y 8 horas de tareas. Esta última categoría es su campo de batalla. Pelea por cada minuto y por cada segundo, se organiza milimétricamente la jornada. En el mejor de los casos, consigue ganarle 2 horas al día. Que luego dilapida en series woke de Netflix. Los ricos, los de verdad, se mofan del flipado que presume de agenda apretada. Los ricos, los de verdad, no llevan reloj ni utilizan despertador, nunca tienen prisa, alargan indefinidamente un almuerzo interesante. El último mono no encuentra hueco en su calendario digitalizado mientras el presidente se toma la tarde libre para dar de comer a los patos. El smartwatch con alertas es señal de servidumbre, 24/7 respondiendo correos, la pulserita de arresto domiciliario. La solución no es la optimización sino la renuncia. Y seguir la curiosidad fuera de las obligaciones contractuales. El incremento de la productividad prometía liberar horas y relajar al personal, pero el invento de la lavadora no mejoró la experiencia vital—se llenaron los huecos con nuevas tareas. El tiempo que no pasas fregando lo empleas editando celdas de Excel, para luego comprarte el último iPhone. No hay ganancia. Solo frustración existencial. Cuando por fin llegas al 13, las instagrammers estrenan el 14. Quédate con el de 2017 y pensarán que llevas el flamante último modelo. Nunca en reposo, el lujo es fascinante. Meter el 25% del salario en unos AirPods y que las pijas regresen a los auriculares con cable. Siempre un paso por detrás, siempre deseando, persiguiendo la enésima promoción, el enésimo gadget, la enésima trampa. Y aunque vives (¡literalmente!) mejor que Luis XIV, sigues sintiéndote un desgraciado, porque tu Audi tiene 300 caballos menos que el de Cristiano Ronaldo.
Vía negativa
«Si para algo sirve el dinero es para comprar inocencia a tus descendientes». Rafael Chirbes dando en el clavo. Los padres millonarios tienen la difícil misión de educar en la austeridad. Esconder la riqueza es la estrategia sensata. El dinero, bien empleado, compra paz y libertad. El dinero te permite no preocuparte por el dinero y eso hace que duermas tranquilo. Desde aquí te ganas la independencia y la flexibilidad, tu ventaja comparativa contra seniors hipotecados. No tiene autoridad moral el hijo de Pablo Isla pero sí puedo decirlo yo en Kapital: ¿por qué temes la crisis si tienes 21 años? La frase de Ayrton Senna: «No puedo adelantar 15 coches en un día soleado; sí puedo hacerlo cuando llueve a cántaros». Reduce costes, si no eres hijo de directivo del IBEX, para darte el mayor número de balas. Acumula capital financiero y, sobre todo, capital humano. La estrategia talebiana: levantar un búnker en el que esperar pacientemente la oportunidad, investigar libremente sin nunca comprometer posición de privilegio. El dinero funciona vía negativa, te permite decir que no, te quita preocupaciones y compromisos. En el anuncio de la lotería aparece un mentecato al mando de un yate. Yo solo veo a un tipo ridículo con bermudas horteras y grilletes de oro. De la marca Rolex. La lotería te vende lo que podrías hacer con el premio pero el verdadero valor se esconde en lo que podrías dejar de hacer. El coche de gama alta te mantiene atrapado en el atasco. Lo tengo estudiado. No se enfadaron los ricos con el post del Sandero, fueron los clase media wannabe clase alta quienes se sacaron la foto en su BMW con 48 cuotas pendientes de pago. No tener personalidad sale muy caro.
Schopenhauer, junto con Montaigne, ha sido mi gran maestro. El alemán insiste en trabajar el carácter, para allí refugiarte en la fría noche de invierno. El carácter es el fuego que ilumina y calienta la habitación, allí encontrarás una felicidad que nunca nadie podrá arrebatarte. El inseguro busca la validación externa. El individuo soberano solo escucha una voz en el desierto. ¿Estás cómodo en la soledad de tus pensamientos? Desarrolla la conciencia para no ser marioneta de publicistas y banqueros, el camino de la felicidad empieza por definir preferencias. No necesitas ser millonario para controlar tu agenda. Basta con no dejarte intimidar por la sociedad y tomar decisiones honestas. ¡Fuck you money! Una cuestión económica y actitudinal. La surfista hippie es más libre que el ejecutivo endeudado. Ella puede largarse mañana. Él no puede dejar un trabajo que odia. Tampoco divorciarse de la horrible mujer que duerme en su cama. No es el bienestar material ni el prestigio profesional, el mayor indicador de satisfacción vital es la sensación de control. Se entiende a la inversa: no poder decidir te hace miserable. El materialismo reduce opciones. Tómatelo como una estrategia de carrera. No puedes perseguir al gato porque toca sacarle brillo a la última mierda que compraste. ¡Qué triste es la vida sin exploración! Déjate abierta la huida, aunque nunca ejecutes la opción. El ahorro, el dinero en el banco, te permite atacar oportunidades desconocidas. Siempre la misma frase. «Atacar oportunidades». No estoy obsesionado. Simplemente no entiendo que la gente firme una claustrofóbica hipoteca en una ciudad gris con palomas enfermas en el cielo contaminado. Toda deuda contrae una obligación. Es el fin de la aventura. Es una sentencia de cárcel.
Utilidad marginal decreciente + Coste de oportunidad
El dinero no compra la felicidad pero el dinero compra felicidad. Marginalmente. La utilidad presenta un rendimiento decreciente. Los primeros mil euros tienen un mayor impacto que los mil siguientes. La curva se aplana a partir de los 50.000 anuales, ganar un euro extra allí no repercute significativamente en tu bienestar. Mi primera intuición es que no ahorres cuando eres joven. Gástatelo todo en viajes. Un Interrail a los 18 reporta mayor felicidad que un viaje a los 50 por todo lo alto. Los lonchafinistas citan el interés compuesto. Que disfruten de su millón en el geriátrico. Las experiencias funcionan en una escala binaria. El acceso al televisor marca la diferencia, no su tamaño. Tu vida se parece más a la de Buffett que a la de un pobre en la India. 30.000 euros te separan del joven de Bangladesh. 104.000 millones te separan del abuelo de Omaha. A pesar de la abismal distancia, la brecha es infinitamente mayor en los 30.000 iniciales. «Tengo una pantalla más grande para ver el mismo partido de baloncesto». Buffett hacía también la broma del jet privado. Es más cómodo (¡incremento marginal!) pero no representa un cambio de paradigma. Llevar la electricidad a esas chabolas sí les cambia la vida. Son muchas las trampas en la sociedad desarrollada, pero debes plantearte cuándo será suficiente. Si estás cerca de los 50.000, pregúntate el coste de oportunidad (¿menos tiempo con tu hijo?) de ganar ese euro extra. ¿A qué estás renunciado para subir un peldaño? Identifica ex ante el punto en el que dejar de competir y recuerda que no hay tal cosa como un almuerzo gratis. Qué puedes comprar con cada euro que ganas y qué dejas de hacer con cada minuto que pierdes. Tienes que escoger y no es fácil con tantas opciones. La oferta infinita (¡Tinder!) sabotea tu felicidad. Se complica la elección y, más jodido, condiciona tu experiencia. Por muy contento que estés, sientes que te estás perdiendo algo, sientes que existe algo mejor allí fuera, esperándote. Seguí por Eurosport el partido de Nadal contra Djokovic, después de pelear la noche antes por una entrada. Que no alcanzara ese objetivo me impidió disfrutar en plenitud del duelo. Era consciente que, con un poco de suerte, yo podía estar en ese estadio, en la majestuosa Philippe Chatrier, con todo el glamour de Roland Garros. Peor te sientes cuanto más cerca te quedas. La demencial paradoja es que sería más feliz si fuera inalcanzable. Mi comparación, en un futuro idealizado, es por supuesto tramposa. Ya no existe el París de Zweig en El mundo de ayer. Me equivoco de barrio y no regreso para contarlo.
Mi admirado Harari insinúa que los cazadores-recolectores eran más felices que los humanos modernos. Me declaro fan de Sapiens y copio su estilo sensacionalista de historiador de Reddit. El fin justifica los medios. La demagogia y la exageración son armas para difundir el mensaje. La entretenida crítica social tapa los agujeros del guión. ¿Trajo la agricultura las guerras por el territorio? ¡El mito del buen salvaje! No me creo que los nómadas vivieran en pacíficas comunidades, compartiendo recursos con foráneos. Es el ciclo eterno de la nostalgia, idealizando un pasado en el que la mitad de los niños morían de hambre. Frena Yuval, que no aguantabas dos días en la sabana. Hoy la vida es compleja (¡como lo ha sido siempre!) pero tú tienes acceso a herramientas que cambian el viejo equilibrio de poderes. De ti depende jugar bien las cartas. Las oportunidades aparecen en tiempos de caos y algunos jóvenes solo quieren una plaza de funcionario, muerden el anzuelo de unas oposiciones, en un estado corrupto que presentará suspensión de pagos. Aprende inglés, desarrolla una habilidad diferencial y compite con todo en este mundo globalizado, no pagues la pensión del boomer, lanza la apuesta antifrágil. Los luditas sufrieron el progreso mecánico y los millennials son víctimas de la tecnología en una nueva economía con escasez de empleos humanos. Sabe el político que el capital es factor clave y por eso intenta descapitalizarte, para tenerte controlado, para tenerte dependiente de sus programas keynesianos. Concéntrate en proteger tu independencia financiera. El ahorro compra libertad y la deuda te hace esclavo. No participes en el juego perdedor de las redes sociales. Fija tus propias métricas y serás más feliz que el rey de Francia.
Joan Tubau — Kapital
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