¿A cambio de qué?
El editor John Martin salvó a Charles Bukowski. Descubrió sus textos en 1969 y le ofreció un contrato para que dejara su puesto en el servicio postal y se pusiera a escribir. Bukowski tenía en ese momento 49 años y había trabajado toda su vida en tareas absurdas y repetitivas. Esa experiencia, esa incomprensión por el mundo, le permitiría sacarla del estadio con su primera novela, que sería un éxito inmediato. John Martin, a través de la firma Black Sparrow, publicaría a partir de entonces todos los libros de Henry Chinaski, el alter ego del atormentado escritor. Nunca más volvería ese hombre a lo que Bill Watterson llamaba «un trabajo REAL, un trabajo que odias».
17 años después, en agosto de 1986, habiendo conocido dinero y fama gracias a sus palabras, Charles Bukowski le escribiría esta carta de agradecimiento a John Martin.
Hola John:
Gracias por tu bonita carta. No creo que duela, de vez en cuando, recordar el lugar del que venimos. Tú conoces el lugar del que yo vengo. Incluso la gente que intenta escribir o hacer películas sobre ello no llega a comprenderlo. Lo llaman de 9 a 5, pero nunca es de 9 a 5. No hay descanso para comer en esos sitios y, de hecho, si quieres conservar el puesto no tienes ni que salir a comer. Luego están las horas extras, que nunca se registran correctamente en los libros, y si te quejas hay otro imbécil esperando para coger el trabajo. Ya conoces mi viejo dicho: la esclavitud nunca fue abolida, solo fue ampliada para incluir todos los colores. Y lo que duele es la pérdida gradual de humanidad entre aquellos que se pelean por mantener un trabajo que no quieren, porque más temen la alternativa. Las personas simplemente se vacían. Son cuerpos con mentes temerosas y obedientes. El color abandona el ojo. La voz se afea. Y el cuerpo. El cabello. Las uñas. Los zapatos. Todo se afea.
Cuando era joven no podía creer que la gente diera su vida a cambio de esas condiciones. Ahora que soy viejo sigo sin creerlo. ¿A cambio de qué? ¿De sexo? ¿De una televisión? ¿De un coche que pagar a plazos? ¿De niños? ¿Niños que harán exactamente lo mismo cuando crezcan? Hace mucho, cuando iba de trabajo en trabajo en mis primeros años, fui lo suficientemente ingenuo para preguntar un día a mis compañeros: «El jefe puede entrar en cualquier momento y echaros a todos con tan solo decirlo, ¿no os dais cuenta?». Ellos lo único que hicieron fue mirarme. Les estaba dando una idea que no querían que entrara en sus mentes. Ahora en esta economía hay muchos despidos, industrias que cierran por cambios tecnológicos y otras circunstancias del mercado laboral. Los despidos son por cientos de miles y ponen cara de sorpresa: «He puesto aquí 35 años… no es justo… no sé qué hacer».
A los esclavos nunca se les paga tanto como para que queden libres, sino apenas lo suficiente para que sobrevivan y regresen mañana. Yo podía ver eso. ¿Por qué ellos no? Me di cuenta de que el banco del parque me valía, lo mismo si terminaba siendo un colgado. ¿Por qué no ir yo primero antes de que me pusieran allí? ¿Por qué esperar? Escribí con repugnancia en contra de todo aquello, fue un alivio sacar esa mierda de mi sistema. Y aquí estoy hoy, siendo lo que llaman un escritor profesional. Después de desperdiciar mis primeros 50 años, he descubierto que existen otros disgustos más allá del sistema. Recuerdo una vez, trabajando como empaquetador en una compañía de iluminación, que uno de mis colegas dijo: «¡Nunca seré libre!». Uno de los jefes andaba cerca (su nombre era Morrie) y soltó una dulce carcajada, disfrutando del hecho de que ese hombre estuviera atrapado de por vida. Así que, con la suerte de haber escapado de esos lugares, no importa cuánto tiempo me costó hacerlo, me ha dado una felicidad especial, esa alegre felicidad del milagro. Escribo ahora desde una mente vieja y con un cuerpo viejo, mucho más tiempo del que la mayoría proseguiría en similar empresa, pero dado que empecé tan tarde, me debo a mí mismo seguir adelante, y cuando las palabras me comiencen a fallar y tenga que recibir ayuda para subir las escaleras y no pueda distinguir un pajarito azul de un clip de papel, todavía siento que algo dentro de mí recordará (no importa lo lejos vaya) cómo llegué hasta aquí en medio del asesinato y la confusión y las más arduas penas y trabajos, hacia una manera generosa de morir.
No haber desperdiciado por completo mi vida parece un logro digno de mención, al menos para mí.
Tu muchacho,
Hank.
Desperdiciar una vida, por ignorancia o por cobardía.
Antes, igual que Bukowski, sentía incomprensión.
Hoy siento asco.