Vivere militare est
La vida solo puede vivirse peligrosamente. Escribió Séneca que vivir es combatir y que peleando se encuentra un propósito. Nietzsche, sintiéndose un dios entre los hombres, siguió el consejo hasta las últimas consecuencias, hasta perder la cabeza. El más moderno de los clásicos participó en mil y una batallas «en contra de sus semejantes y en contra de sí mismo». Nadie despertó mayor consciencia del conflicto, construyendo ciudades a los pies del Vesubio y zarpando hacia latitudes desconocidas. La comodidad es una trampa de la modernidad. Los ojos de Nietzsche, que no conocieron el miedo, anticiparon el drama de la sociedad occidental, en una existencia rica, segura y vacía. El filósofo abandonó la falsa estabilidad de la rutina y huyó sin equipaje ni dirección, en el peligroso viaje que permite el descubrimiento. A pesar de las desgracias, físicas y emocionales, aceptó el destino adverso desde un amor fati verdadero. Es perturbador que fuera precisamente él, habiendo sufrido en cada uno de sus días, quien formulara la hipótesis del eterno retorno. «Esta vida, tal como la estás viviendo ahora y tal como la has vivido hasta este momento, deberás vivirla otra vez y aún innumerables veces». La suya no es filosofía para cobardes, es un poder demoníaco que te libera o te aplasta, en función de la fuerza del espíritu. Nietzsche es dinamita para el adosado en las afueras. Si el futuro es determinación nunca juegues conservador, el peligro es tu diferenciación en un mundo con posibilidades infinitas. La estrategia, en tiempos mediocres, consiste en exponerte. Tomar tus propios riesgos, cometer tus propios errores. Vivir es combatir y el conflicto genera el sentido.
Julio César, el primer superhombre, nunca temió a la diosa fortuna. Él era general de las tropas romanas, ¿por qué debía temerla? Cruzó el Rubicón y derrocó la República. El fuego que ardía en su interior le llevaría, inevitablemente, a la cima del imperio. El final del emperador, en el mezquino senado, es por todos conocido. 23 cobardes puñaladas y una muerte sin remordimiento. La grandeza consiste en abrazar un destino desfavorable. En la guerra de la Galia y en la conspiración de los corderos.
Javier Reverte en Un otoño romano:
En un viaje a Sicilia, fue apresado por una nave pirata. Los secuestradores pidieron por su rescate veinte talentos. Julio César montó en cólera, diciendo que valía mucho más que eso, pidió a los intermediarios que solicitaran créditos de sus amigos en Roma y ordenó pagar cincuenta. Mientras esperaba el rescate, no cesó de insultar a sus raptores, prometiendo ahorcarles en cuanto estuviera libre. Al ser liberado, organizó una flotilla, los capturó, recuperó el dinero y degolló a los piratas.
Theodor Mommsen en Historia de Roma:
Esa poderosa facultad para abrazar y dominar todo lo que la inteligencia concibe y todo lo que la voluntad quiere; esa fácil seguridad tanto en la disposición de los períodos, como en un plan de batalla; esa maravillosa serenidad que no lo abandonó nunca, ni en sus buenos ni en sus malos tiempos. Y de aquí, por último, esa completa independencia, que no se dejó jamás arrebatar ni por un favorito, ni por una dama, ni por un amigo. Esta misma perspicacia de su espíritu no le permitía hacerse ilusiones sobre la fuerza del destino y el poder del hombre: frente a él se había levantado el velo bienhechor que nos oculta la debilidad de nuestro esfuerzo en la tierra. Por sabios que fueran sus planes, aunque hubiese previsto todas las eventualidades de una empresa, comprendía que el éxito de todas las cosas depende en gran manera del azar, y con frecuencia se lo vio comprometerse en las más arriesgadas empresas, y exponer su propia persona a los peligros con la más temeraria indiferencia. Es, pues, muy cierto que los hombres de un entendimiento superior se entregan voluntariamente a los azares de la suerte.
Alea iacta est
Hay quien intenta protegerse eliminando la aleatoriedad. Empeorando, desde el palacio de cristal, la calidad de las alternativas. Sin incertidumbre pierdes buenas oportunidades y, paradójicamente, sufres mayores peligros. En paquete cerrado no hay lugar para la sorpresa, no te emociona porque lo calculó un algoritmo. Es verdad universal que los grandes descubrimientos son siempre fortuitos y que el intrépido viajero debe garantizarse libertad para explorar, corriendo riesgos selectivos. Hablar con el desconocido desbloquea un conocimiento superior, el que permite cruzar la puerta prohibida. La sobreprotección arruina vacaciones y modelos educativos. Todos los seres vivos necesitan sentir la frustración, para fortalecer cuerpo y espíritu. La eliminación artificial de los obstáculos solo produce individuos débiles, física y mentalmente. Michel de Montaigne, siempre en mi equipo, era partidario de moldear sin red de seguridad, a base de hostias vitales. Lo que no te mata te hace fuerte. Las nefastas teorías del pedagogo emocional, no exponiendo al niño a los problemas, incrementa el gasto futuro en psicólogos. No tengo datos pero puedo afirmarlo.
La no ergodicidad, las interacciones finitas, condicionan la apuesta. Un riesgo mortal significa que, en un número suficiente de intentos, terminarás palmándola. La decisión (el grado óptimo de exposición) se complica a medida que aumenta la esperanza de vida. Encerrado en casa, enchufado a Netflix, para llegar asqueado a los 90. Yo te recomiendo salir a la calle pero mírate antes las probabilidades agregadas. ¿Cuál es la mortalidad del motorista? 15 veces superior que la del conductor del Sandero. Si fuera rico nunca me compraría un jet privado. La aviación comercial es ligeramente más incómoda pero mil veces más segura. Yo me subiría a un helicóptero en el Grand Canyon pero no lo convertiría en mi medio habitual de transporte, en repeticiones diarias. Si compras la moto, porque no te queda otra, opera con extremo cuidado. Es entonces racional desarrollar una fobia irracional, a ojos del psicólogo, incluso la paranoia. Afirma Taleb, maestro de la incertidumbre, que «se puede adorar el riesgo pero sentir una completa aversión hacia la ruina». La primera condición es seguir con vida. No vale el coste-beneficio si puedes quedarte fuera de la partida.
La falacia lúdica
Modelizamos la vida porque queremos entenderla. Temerosos de la incertidumbre organizamos la competición, en entornos regulados que desvirtúan el juego. Le restan emoción y, lo que es peor, te vuelven un inútil en dominios verdaderos. El luchador que ganó el oro olímpico perdería una pelea de bar, especializado en movimientos artificiales, incapaz de implementar los trucos prohibidos. En el futuro mecánico las distribuciones siguen siendo de cola larga. Resulta útil agrupar series históricas pero nadie puede predecir el mañana. Nos daremos un intervalo de confianza en esa ancestral demanda de control, pero la esperanza no es observable porque la vida no es un casino. Factores escondidos impactan (¡más bien destrozan!) el modelo de Nate Silver. Ganó Trump en 2016. No calcules probabilidades, funciona por instinto.
Nassim Nicholas Taleb en Fooled by randomness:
La realidad es mucho más cruel que la ruleta rusa. Primero, dispara la bala fatal con poca frecuencia, como un revólver con cientos, incluso miles, de cámaras—en lugar de seis. Después de unas docenas de intentos, uno se olvida de la existencia de la bala, vive bajo una falsa sensación de seguridad. Manipulamos la historia, ya que los jugadores, inversores y cualquier persona incurriendo en riesgos, sienten que este tipo de cosas que les suceden a otros no necesariamente les sucederán a ellos. En segundo lugar, a diferencia de un juego preciso como es la ruleta rusa, donde los riesgos son visibles para cualquier persona capaz de multiplicar y dividir por seis, uno no observa las reglas del juego en la realidad. Muy raramente el generador es visible a simple vista. Por lo tanto, uno es capaz de jugar involuntariamente a la ruleta rusa y llamarlo por algún nombre alternativo una apuesta de bajo riesgo.
El título inglés del libro, Fooled by randomness (confundidos por el azar), ilustra las trampas del juego. El traductor español tomó la horrible decisión de titularlo ¿Existe la suerte? pero no era esa la intención del autor, porque la pregunta es estúpida (¡claro que existe!) y el engaño es profundo. La incertidumbre nos confunde y nos embauca, llegamos a pensar que somos merecedores del éxito—cuando simplemente hemos tenido una buena racha. En esa sensación de inmortalidad se producen las desgracias. El pesimista, vacunado de vanidad, parte con ligera ventaja. Existe, sin embargo, una tercera y fascinante categoría. La de los hombres extraordinarios, aquellos que conocieron la ira de Poseidón y, conscientes del inherente peligro, emprenden la larga y dulce travesía de regreso a Ítaca. Ulises, persiguiendo una promesa, se enfrentaría a todo aquel, dios o mortal, que se cruzara en su camino. Cuando un hombre encuentra su misión, la voluntad prevalece por encima de las reglas de la física. Encontrarán la gloria o la muerte, ellos forjan el destino. La estrategia consiste en resistir los golpes y proteger posición, para ir con todo y contra todo cuando la oportunidad se presente. La incertidumbre es aliada, no enemiga. La fe inquebrantable, profecía autocumplida. «Los hombres de un entendimiento superior se entregan voluntariamente a los azares de la suerte». Los ojos de Penélope. El más peligroso y el más bonito de los caminos.
Joan Tubau – Kapital
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K5. Jesús Salido. Los ensayos de Montaigne.
K8. Dani el Rojo. La racionalidad del criminal.