Reputación antifrágil
Chaos Monkeys es un retrato personal sobre la loca fauna de Silicon Valley. Antonio García Martínez, quien trabajó en la operativa de Facebook, escribiría la novela para burlarse de los excesos del sector tecnológico. En 2021, Antonio recibió una oferta de Apple y 2.000 empleados solicitaron por escrito su despido, citando un fragmento del libro en el que se dice que las mujeres son blandas. La generalización es un recurso literario y Scorsese no comparte las opiniones de sus personajes. O sí. Esa es la gracia. La campaña sin embargo surtiría efecto y la dirección rescindiría el contrato. ¿Qué habría pasado con Jobs al mando? Se habría cargado a los firmantes. Antonio publicó su versión de los hechos y la historia se viralizó. En la Unión Soviética, se leía a los autores prohibidos. Chaos Monkeys es hoy uno de los libros más vendidos de Amazon.
Mi pasaje favorito de Antifrágil:
Nada que pueda hacer como escritor y que salga en la primera plana del Corriere della Sera podrá ser perjudicial para mi libro. Prácticamente ningún escándalo puede dañar a un escritor. Supongamos ahora que un servidor fuera un ejecutivo de nivel medio de alguna multinacional que cotizara en bolsa, de esos que nunca se la juegan vistiendo de manera informal y que siempre van con traje y corbata (incluso en la playa). Sería una víctima total de la antifragilidad de la información. Por otro lado, alguien que gane poco más del salario mínimo, por ejemplo un obrero de la construcción o un taxista, no depende demasiado de su reputación y es libre de tener sus propias opiniones. En comparación con el artista, que es antifrágil, simplemente sería robusto. Un mando intermedio de un banco con una hipoteca sería extremadamente frágil. En realidad sería prisionero del sistema de valores, que lo invitaría a ser corrupto hasta la médula por su adicción a las vacaciones anuales en Barbados. Lo mismo cabe decir de un funcionario de Washington.
Los rebeldes disfrutan de reputación antifrágil. Regla constante a lo largo del tiempo, en la economía globalizada y en la Roma barroca de Caravaggio. A pesar de sus retratos religiosos, el genio nunca llevó una vida de santo. Adicto a la violencia, las peleas eran frecuentes en sus noches de juego y desmadre. Aunque perseguido por las autoridades, la poderosa familia Colonna, por suerte de todos, le protegería para que siguiera creando. Pero todo cambió después del asesinato de Tomassoni y Caravaggio huiría a Nápoles. Allí pintó Las siete obras de misericordia, un cuadro sobrecogedor, desde el abismal claroscuro de su alma. La leyenda crecía después de cada altercado.
La ética de Jugarse la piel:
Existe un grupo de empleados que no son esclavos, aunque representan un pequeño porcentaje. Puede identificarlos de la siguiente manera: no se preocupan por su reputación, al menos no por su reputación dentro de la empresa. Recuerdo que me preguntaron por qué no llevaba corbata. «Una parte arrogancia, una parte estética, una parte conveniencia» era mi respuesta habitual. Si generaba ingresos podía decirles a mis gerentes lo que pensaba, sabiendo que tragarían, temerosos de perder sus empleos. Quienes corren riesgos pueden ser personas socialmente impredecibles. La libertad siempre se asocia con el riesgo, bien sea porque conduzca o provenga de ella. Corriendo riesgos te sientes parte de la historia. Y los apostadores asumen riesgos porque, en su naturaleza, son animales salvajes. En mis tiempos, nadie utilizaba palabras malsonantes en público, excepto los mafiosos y quienes querían señalar que no eran esclavos: esos traders blasfemaban como marineros y yo he mantenido el hábito del lenguaje grosero estratégico, utilizado fuera de mis escritos y la vida familiar. Aquellos que usan lenguaje grosero en las redes sociales (como Twitter) están enviando la costosa señal que son libres e, irónicamente, competentes. No señalizas competencia si no corres riesgos por ello.
La fábula de Esopo
El perro y el lobo. Implementemos la teoría. Hace un año publiqué un tuit cuestionando la estrategia del movimiento político Black Lives Matter. Marina Aisa, empleada de Apple, exigió una explicación. No me gustó su tono y le sugerí que se marchara. Marina tomó entonces una decisión muy equivocada: insinuó que el tuit era racista. Un problema de la red es la falta de represalias. Si insultas por la calle sabes que puedes llevarte una hostia, pero en internet la gente se siente protegida, soltando las mayores burradas. Tenía dos opciones: ignorar la ofensa o exigir una disculpa. Escogí la segunda porque Taleb predica el accountability, que los necios paguen por sus palabras. No debes contestar a los trolls pero, selectivamente, sí responder a las injurias más graves. Aunque Marina siga trabajando en Apple (me juego una pierna que firmó la carta), reintroducir la responsabilidad mejora la salud de la comunidad. Todo lo que se necesita es un pequeño ejército de incondicionales. Twitter es mi familia y yo, hermano, te cubro la espalda. Marcando terreno corres el peligro de salir magullado pero forjas una reputación en el largo plazo. Probablemente no vuelvan a molestarte.
Tendrás una posibilidad si eliges la violencia. Muéstrate conciliador y se te comerán vivo, la turba no habla tu lengua. Pedir perdón, cuando no has cometido la falta, refuerza el linchamiento. Las hienas huelen la debilidad, tu única salida es morir matando. Yo no empecé este fuego pero ahora voy a por gasolina. Contempla el miedo en sus ojos, del que quiso cancelar a un hombre y pensó que saldría limpio. Conocen la lección en las calles de Baltimore, allí donde la reputación siempre fue importante. Avon Barksdale y Stringer Bell no permitían la mínima ofensa, sobrerreaccionando por nimiedades, pegándose con el primero que encontraban. Comportamiento racional desde un punto de vista estratégico. Si querían seguir vivos (literalmente) debían enfrontarse al descreído. Opera con este marco para sobrevivir en las redes sociales. Que el insulto nunca salga gratis. Confronta al troll como si de un camello se tratara.
El palacio de cristal
Los perfiles corporativos presentan mayor riesgo de colapso. La jaula de oro del senior de McKinsey, en una vida perfecta, aburrida y vulnerable. Nunca opina de política, solo habla de sinergías en LinkedIn, recibiendo los likes de sus subordinados. No puede permitirse el menor desliz. La estrategia consiste en minimizar varianza, en otras palabras, prescindir de todo lo divertido en la existencia humana. Viaja a Tokio en paquete cerrado, compra experiencias en Smartbox y asiste por compromiso a soporíferas fiestas de aniversario, en las que nadie cuenta bromas porque nadie toma riesgos. El infierno es una cena con ejecutivos del IESE. La política atrae a los mismos mediocres porque ninguna persona competente (¡libre!) quiere vivir con ese grado de exposición. El tuit viral, la espada de Damocles del diputado. Solo Trump y Berlusconi supieron gestionarlo, utilizando los códigos de la calle. Ni tan siquiera los artistas, de naturaleza antifrágil, buscan hoy el escándalo. Si Keith Richards destrozaba la habitación del hotel, Juan Camus pide perdón con lenguaje inclusivo. Los millennials de OT representan el punto cultural más bajo, construyendo su reputación como si Deloitte les pagara el salario, la nueva masculinidad que no moja bragas. Un producto mediocre, que decía Risto, y como producto mediocre les olvidamos. Gustar por miedo a ser cancelados. No entienden que la censura, en un mundo con flujos de información, es un regalo. La mejor campaña de publicidad es un libro secuestrado.
No intentes cancelarme. Mi reputación es antifrágil. Taleb me enseñó que, si quería dormir tranquilo, los ingresos no podían depender de una charo de Recursos Humanos. Invierto en formación específica y construyo en Twitter mi agenda de contactos. Gasto el dinero en visitar ciudades y prescindo de compras por estatus. La sabiduría de los clásicos me acompaña en el viaje. La fase final es la cabaña en la montaña. Escribo este texto para marcar territorio. Mi look descuidado me posiciona, en rango de libertad, por encima del directivo acomplejado. A pesar de que él conduzca un coche de 80.000 euros, financiado a 8 años. Decía el anuncio que todo puede pagarse a plazos. La sociedad sufre en el ritual de señalización, eternamente insatisfecha en los deseos materiales. El consumismo no es un juego de suma positiva. Ni tan siquiera de suma cero. El consumismo es un juego en el que todos somos miserables. Porque nunca será suficiente. Siempre habrá un imbécil con un barco más grande.
Joan Tubau — Kapital
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