Las verdes praderas
José Rebolledo es empleado de La Confianza. Hombre hecho a sí mismo interpretado por Alfredo Landa. Trabaja con talento y dedicación por Don Pablo y es por ello recompensado. Ha alcanzado todo lo que un día soñó pero sin embargo no es feliz. El éxito no es lo que él esperaba. El problema no son la pareja o los niños, es el estilo de vida. Las conversaciones del nuevo rico son triviales y materialistas y el trabajo es monótono y lleno de compromisos, las obligaciones sociales acaparan la agenda del directivo. Recuerda con nostalgia los felices años de la infancia, las excursiones con su padre en las que fantaseaba con ser propietario de un chalet en la montaña. Ahora que lo ha conseguido nada le satisface. El drama de alcanzar un objetivo es que te quedas sin él. «We ain’t gotta dream no more». En Baltimore o en la Sierra de Guadarrama.
José Luis Garci en Las verdes praderas.
En quién coño me mandaría a mí meterme en La Confianza, estudiar Económicas y perder la juventud y la vista en unos libros que no valen para nada. Llevo 42 años pensando que lo que vivía no era importante porque era como provisional, como si estuviera esperando destino. Yo creía que iba hacia una vida maravillosa, y mientras estaba en la cola esperando, pues trabajaba y estudiaba como un negro porque tenía que ser así, porque más adelante iba a llegar mi vida, mi verdadera vida. ¿Y sabes qué pasa? Pues que ya ha llegado. Y va y no me gusta. ¿Qué me espera? ¿Ocupar el puesto de Don Enrique? Para él, para toda la vida. ¿Casar a los niños? Tampoco, porque para entonces tampoco se va a casar nadie. Total, tú y yo solos, vegetando todos los fines de semana en esa mierda de chalet. Todos los puentes, todas las vacaciones de Semana Santa. Arreglando la calefacción, cortando el césped, limpiando la piscina. (¿Qué piscina?) Pues la que terminaremos poniendo. Y un día te mueres. Y se te queda esa carita de gilipollas. Y en el último momento te dices: vamos, vamos, vamos. Porque es que te han llevado al huerto toda la vida y nunca has hecho lo que tú querías. Estudia, trabaja, échate novia, cásate, cómprate un piso, un chalet, un coche. Y trabaja como un burro para pagar las letras, el colegio de los niños, el friegaplatos, la cortadora de césped. Y te das cuenta que has vivido para Seat, para Philips, para Zanussi, para El Corte Inglés, para La Confianza y su puta madre.
Clase media-alta
La clase media frena cuando le dicen que frene. Esa es la definición. No es una cuestión de dinero, es una cuestión de actitud. Aceptan las barreras dadas. Son los que llevan mascarilla en el metro, son los que cuando se abren las luces se van para casa. Suben frases motivacionales pero nunca llegan a creérselo. No quieren escapar del sistema porque no tienen adónde ir, les vale con soñarlo jugando a la lotería. En el mejor de los casos, si les tocara, vivirían en libertad un total de diecisiete días. El tiempo transcurrido entre el cobro del premio y la compra de un piso por idéntico precio. La cuenta del banco seguiría a 0. Muéstrame tus ahorros y te diré si quieres ser libre. La clase media, por encima de todas las cosas, teme agotar las tareas pendientes. Y es por eso que anhelan una jornada laboral de 8 horas llena de correos. Restan 16 horas conflictivas. 2 en el atasco con Tesla, 2 en el muro de Facebook, 2 en la cesta de Amazon, 2 en la bici de Peloton y 2 en el catálogo de Netflix. Los mayores beneficios para las empresas que te mantienen atareado. Las últimas 6 las duermen empastillados. El sábado en el centro comercial y el domingo en faenas domésticas más o menos necesarias. Qui dia passa, any empeny. Afirman no tener alternativa pero en realidad aman las ciudades masificadas, las aglomeraciones son una bendición en las que se consumen las interminables semanas. Incapaces de explorar, rellenan con hitos sus horribles viajes, hacen la cola del Coliseo a 38 grados. Solo en la cárcel se sienten seguros porque allí nada tienen que decidir, mientras fantasean con la improbable huida. El gasto les permite rellenar las horas y todo salario es irrelevante. Si ganan más, simplemente buscan productos más caros. Los que tienen la desdicha de progresar invierten en barrotes más grandes de color azul pálido. Financian con el banco la reforma de la celda para así tener la excusa de trabajar un nuevo año. Cambian el running por el golf. Lo que les gusta de la ópera es que dura toda una tarde.
La verdad asoma: no quieres la libertad, no sabrías qué hacer con ella. El problema no son las obligaciones, son las obligaciones que nunca contrataste. Rebolledo comprende que el suyo es juego perdedor y siente la ansiedad del presente. Incluso en un buen escenario, con una mujer y unos hijos maravillosos, la vida es insatisfactoria. El problema es la posición corporativa que le ata a la silla, que no le permite explorar oportunidades. El salario es siempre adictivo. Ya no puedes decir que no si de él eres dependiente. El plan de fuga pasa por darte flujo de caja positivo. No importa si eres jardinero o consultor, asegúrate que tus gastos estén por debajo de tus ingresos. Si quieres arruinar al analfabeto financiero basta con promocionarle. Con 5.000 netos y a un mes de la quiebra. Subir el gasto es una elección pero bajarlo es un suplicio. Yo tampoco dormiría cuando una mala review me hunde la vida. Todo drama empieza en una pequeña decisión consciente. No saliste cuando era el momento y el precio siguió subiendo. ¿Recuerdas el tuyo? Ese amigo invisible de la empresa en diciembre de 2007. Desde entonces que estás jodido. Las sofocantes reglas te llevaron, de forma imprevista aunque irremediable, a la hipoteca de la segunda residencia. Rebolledo se ahoga en los fines de semana programados y Conchi prende la mecha. Nunca es tarde para escapar mientras quede gasolina. La vida es difícil, pero es más difícil cuando no te lo crees. Quédate con la chica que ponga la bomba. La libertad se gana con el fuego.
Joan Tubau — Kapital
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