La reina roja
Las mejores lecciones de economía se esconden en las novelas. La buena literatura describe, mejor que los manuales académicos, el complejo mundo en el que vivimos. Los clásicos esconden la respuesta, para que tú puedas encontrarla, y así la enseñanza permanezca, toman el camino indirecto porque la mente se blinda en las creencias, solo cambia de opinión cuando por sí sola encaja las piezas. Lewis Carroll, maestro de la persuasión, escribe con señales ocultas que descifrando luego recuerdas. El personaje de la Reina roja esconde un mensaje en Alicia en el país de las maravillas.
Alicia nunca pudo explicarse, pensándolo luego, cómo fue que empezó aquella carrera; todo lo que recordaba era que corrían cogidas de la mano y que la Reina corría tan velozmente que eso era lo único que podía hacer Alicia para no separarse de ella; y aún así la Reina no hacía más que jalearla gritándole: «¡Más rápido, más rápido!» Y aunque Alicia sentía que no podía correr más velozmente, le faltaba el aliento para decírselo. Lo más curioso de todo es que los árboles y otros objetos nunca variaban de lugar: por más rápido que corrieran nunca lograban pasar un solo objeto. (…) La Reina la apoyó contra el tronco del árbol y le dijo amablemente: ahora puedes descansar un poco. Alicia miró alrededor suyo con gran sorpresa.
—Pero, ¿cómo? ¡Si hemos estado bajo este árbol todo el tiempo! ¡Todo está igual que antes!
—¡Pues claro que sí!—convino la Reina—¿Cómo si no?
—Bueno, lo que es en mi país—aclaró Alicia, jadeando aún bastante—cuando se corre tan rápido como lo hemos estado haciendo y durante algún tiempo, se suele llegar a alguna otra parte.
—¡Un país bastante lento!—replicó la Reina—lo que es aquí, como ves, hace falta correr todo cuanto una pueda para permanecer en el mismo sitio. Si se quiere llegar a otra parte hay que correr por lo menos dos veces más rápido.
Carroll escribió sus cuentos en el siglo XIX. La economía evoluciona pero las trampas prevalecen. La Reina roja opera en un marco de competencia perfecta. En este modelo los ofertantes obtienen su ventaja en el margen, ofreciendo un producto ligeramente superior, sudando sangre para mantenerla. La competencia perfecta es socialmente deseable para el consumidor pero es una pesadilla para el productor, que pelea para proteger posición y apenas consigue moverse. El mayor problema es la ausencia de barreras de entrada y la estúpida rivalidad con los niños perfectos. Si tú aprendes 5 idiomas, él hablará 6. Si tú tienes un máster en Madrid, él lo tendrá en Filadelfia. Cuando finalmente consigas adelantarle, pedirá a papá que haga la llamada a la empresa del IBEX. Te suelta el discurso de la meritocracia el hijo de puta que lo tuvo todo hecho. La partida está trucada y Jimmy McGill quería que Kristy Esposito lo supiera. La inflación de notas favorece a los ricos y la única revolución pasa por jugar a tu propio juego, dándote contactos singulares, montártelo por tu cuenta. La mente conservadora te empuja a entrar en mercados regulados, con normas claras y premios visibles, pero el valor se esconde en mercados inciertos, sin estructura ni recompensa.
La ley de Sayre
El deporte profesional funciona en competencia perfecta. Cualquier ventaja es tan pequeña que debes agarrarte con todo, si quieres hacerla duradera. El mejor futbolista tiene los días contados, si baja el ritmo de entrenamiento. Es un juego de pulgadas. No es el talento sino la persistencia, lo que termina dándote los centímetros de separación en la NFL. ¿Debo participar en el torneo? Tú decides si merece la pena. En ausencia de metas personales, muchos buscan la validación en la competición corporativa, incluso cuando la disputa carece de sentido. Kissinger, recordando sus años en Harvard, dijo que las discusiones eran feroces porque las recompensas eran mínimas. Thiel usa la puerta secundaria, en el callejón escondido, para no pelear en lugares concurridos. Cuando el sistema es corrupto, la estrategia no consiste en dar un paso al lado sino al frente, que no te asuste ser diferente, allí reside tu ventaja competitiva. Leer raro para pensar distinto, pero en mi timeline se repiten los mismos letárgicos títulos. La jornada laboral de 4 horas, El efecto checklist, Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva. ¿Obsesión por la productividad? ¡Señal inequívoca que va perdido! La competición solo te mejora en dominios arbitrarios, sin utilidad en el mundo real, en tareas mecánicas que pronto delegamos. El mejor estudiante de mi promoción era bueno memorizando exámenes, pero nunca entendió la economía. Hoy trabaja en el Lidl.
Regresamos al mágico mundo de Alicia.
(Y por si alguno de vosotros quiere hacer también una carrera loca cualquier día de invierno, voy a contaros cómo la organizó el Dodo.) Primero trazó una pista para la carrera, más o menos en círculo («la forma exacta no tiene importancia», dijo) y después todo el grupo se fue colocando aquí y allá a lo largo de la pista. No hubo el «a la una, a las dos, a las tres, ya», sino que todos empezaron a correr cuando quisieron, y cada uno paró cuando quiso, de modo que no era fácil saber cuándo terminaba la carrera. Sin embargo, cuando llevaban corriendo más o menos media hora, el Dodo gritó súbitamente: ¡La carrera ha terminado! Y todos se agruparon jadeantes a su alrededor, preguntando: ¿Pero quién ha ganado? El Dodo no podía contestar a esta pregunta sin entregarse antes a largas cavilaciones, y estuvo largo rato reflexionando con un dedo apoyado en la frente (la postura en que aparecen casi siempre retratados los pensadores) mientras los demás esperaban en silencio. Por fin el Dodo dijo: Todos hemos ganado, y todos tenemos que recibir un premio.
Por primera vez en la historia los ricos trabajan más horas que los pobres. Las élites, protegiendo su posición de privilegio, se han visto atrapadas en la loca carrera. Es algo inaudito. Es la competencia perfecta. Nunca el esfuerzo fue tan alto por un salario tan bajo, peleando de lunes a domingo para defender su mínima ventaja. Todos admiten, off the record, que prefieren trabajar menos, pero no lo hacen por la letra del Touareg pendiente de pago. SUV por ciudad en tiempos de guerra, no eras tú el más listo de tu pueblo. En este demencial ritual de la clase media-alta, cargan en los hijos sus absurdos sueños competitivos, introduciéndoles en el círculo vicioso, sin tiempo para jugar ni tan siquiera aburrirse. ¿Hay algo más triste que un niño con la agenda llena? La cosa solo empeorará, porque puedes engañar al adulto con un bonus pero no puedes colársela al adolescente. Su apatía es la anticipación de la tragedia, en unos padres infelices atrapados en una vida de mierda. Tienen un apartamento en la playa y 80 horas de jornada para devolver el crédito. Siempre con el móvil conectado, se hace el ocupado creyéndose el interesante. El rico de verdad, el que no se preocupa por el dinero, le sigue considerando el mayor pringado. No puedes cambiar el modelo pero sí competir con cabeza, no yendo allí donde te paguen más sino donde se flipen menos.
La dirección opuesta
Thomas Bernhard compartió en Relatos autobiográficos su plan de carrera.
Quería ir en la dirección opuesta, esa idea, en la dirección opuesta, me la había repetido una y otra vez en el camino de la oficina de empleo, una y otra vez en la dirección opuesta; la funcionaria no me entendió cuando le dije en la dirección opuesta, porque una vez le dije quiero ir en la dirección opuesta, probablemente pensó que estaba loco, porque realmente le dije varias veces en la dirección opuesta, la verdad es, pensé, que cómo podría comprenderme, si no sabe absolutamente nada, ni lo más mínimo, de mí. Ya totalmente desesperada de mí y de su fichero, me ofreció una serie de puestos de aprendiz, pero ninguno de esos puestos de aprendiz estaba en la dirección opuesta, y tuve que rechazar sus ofertas de puestos, yo no quería ir solo en otra dirección, quería ir en la dirección opuesta, transigir era imposible, y por eso la funcionaria tuvo que sacar una y otra vez fichas del fichero, y yo tuve que rechazar las direcciones de esas fichas, porque, intransigentemente, quería ir en la dirección opuesta, no solo en otra dirección, sino solo en la opuesta. La funcionaria había tenido las mejores intenciones posibles hacia mí, y probablemente había comenzado por sus mejores direcciones, consideraba por ejemplo la dirección de un puesto de aprendiz en el centro de la ciudad, es decir, la dirección de una de las tiendas de confección mayores y más acreditadas del centro de la ciudad, como la mejor de todas, y sencillamente no comprendía que no me interesara la dirección mejor de todas sino solo la opuesta.
En la dirección opuesta se esconde la diferenciación sostenible. Bernhard buscaba trabajo en el Salzburgo de la posguerra y lo encontró allí donde nadie quería ir, en el poblado de Scherzhauserfeld, en la tienda de Karl Podlaha. La formación en el sótano forjó en él un carácter de hierro y resultó determinante en su prolífica carrera. Años más tarde, en un discurso de agradecimiento a los comerciantes austríacos, recordaría con orgullo sus años en Scherzhauserfeld, un barrio marginal de las afueras. No le interesaban los ostentosos comercios del centro, que podían labrarle una buena reputación, él solo quería sentirse productivo. Me pregunto si es el secreto del éxito.
Lewis Carroll regalaría similar consejo en Alicia a través del espejo.
—Creo que iré a su encuentro—dijo Alicia, porque aunque las flores tenían ciertamente su interés, le pareció que le traería mucha más cuenta conversar con una auténtica reina.
—Así no lo lograrás nunca—le señaló la rosa—si me lo preguntaras a mí, te aconsejaría que intentases andar en dirección contraria.
Esto le pareció a Alicia una verdadera tontería, de forma que sin dignarse a responder nada se dirigió al instante hacia la Reina. No bien lo hubo hecho, y con gran sorpresa por su parte, la perdió de vista inmediatamente y se encontró caminando en dirección a la puerta de la casa. Con no poca irritación deshizo el camino recorrido y después de buscar a la Reina por todas partes (acabó vislumbrándola a buena distancia de ella) pensó que esta vez intentaría seguir el consejo de la rosa, caminando en dirección contraria. Esto le dio un resultado excelente, pues apenas hubo intentado alejarse durante cosa de un minuto, se encontró cara a cara con la Reina roja.
¿Qué carrera elegir? ¿Qué vida vivir?
El misterioso Gato manda el primer aviso.
—Minino de Cheshire, ¿podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
—Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar—dijo el Gato.
—No me importa mucho el sitio—dijo Alicia.
—Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes—dijo el Gato.
—Siempre que llegue a alguna parte—añadió Alicia como explicación.
—¡Oh, siempre llegarás a alguna parte, si caminas lo suficiente!
El Lacayo-Sapo manda la señal definitiva.
—¿Qué tengo que hacer para entrar?—volvió a preguntar Alicia alzando la voz.
—Pero, ¿tienes realmente que entrar?—dijo el Lacayo—esto es lo primero que hay que aclarar, sabes.
Era la pura verdad, pero a Alicia no le gustó nada que se lo dijeran.
La curiosidad como brújula vital. Alicia caería por la madriguera. Pérez-Reverte, en la magnífica entrevista con Jordi Wild, dijo que un ignorante es peor que un malvado. Los ignorantes son aquellos que, teniendo la posibilidad de informarse, escogen no hacerlo. Los ignorantes no quieren preguntas, nunca cuestionándose el rumbo de su carrera. Los ignorantes corren y corren y como llegan siempre los primeros incluso piensan que van ganando, haciéndose trampas en el solitario, fijándose en la métrica incorrecta. Si vas el primero en todo, ¿por qué sigues deprimido? Los ignorantes eluden el ya inevitable conflicto, en una vida en piloto automático. «Alexa, ¿cuál es mi propósito?» No lo encontrarás en el catálogo de Amazon. El cambio empieza por la introspección. Escape competition through authenticity. Cuatro palabras de Naval y un mantra en el desierto. No le busques un sentido, lo encuentras al final del proceso, si competiste de forma honesta. Yo te animo a elegir el camino difícil porque, créeme hermano, yo también estoy sufriendo. Escríbeme y seremos más fuertes. Un segundo de gloria redimirá mil años de penas. En la larga y dulce travesía de regreso a Ítaca.
Joan Tubau — Kapital
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