La economía freak
Los recursos son limitados y las necesidades ilimitadas. La economía es la ciencia que estudia la gestión de la escasez y los economistas fijan la asignación óptima. Son dos los mecanismos que permiten distribuir unos recursos siempre escasos: el mercado, en las transacciones voluntarias, y la política, en la distribución centralizada. El mercado presenta una ventaja frente la política: los precios. Un artificio que transmite información acerca de las preferencias del comprador y las capacidades técnicas del vendedor. Gracias a los precios tomamos decisiones de consumo y producción, ahora con información de primera mano. Los precios, en un mundo en constante cambio, no paran quietos. Suben si el sushi se pone de moda entre instagrammers. Bajan cuando abre un nuevo restaurante. Los precios dinámicos coordinan la escasez, de forma mágica y descentralizada. Los mercados, sin embargo, no son perfectos. La solución política cobra sentido en presencia de externalidades, asimetrías informativas, monopolios o bienes comunales. O por motivos redistributivos. La sociedad escoge, democráticamente, qué porcentaje de los recursos se distribuye en el mercado y qué porcentaje a través del estado. A grandes rasgos, este es el problema económico.
Los economistas asesoraban a los políticos en la asignación eficiente de los recursos escasos. Un trabajo aburrido y bien remunerado que nadie entendía y pocos cuestionaban. Ese era su rol y así transcurrieron los años. Hasta que llegó la economía freak: la escasez en el contexto de las decisiones personales. A los nuevos economistas no les interesaba el multiplicador keynesiano ni el modelo de Mundell-Fleming, solo querían estudiar el comportamiento humano. Hablarían de felicidad utilizando viejos conceptos, implementándolos allí donde nadie creyó que fueran válidos. Abrieron consultorio en los periódicos financieros estilo Elena Francis, dando consejo, no para validar la fusión bancaria, sino para decidir si el chico indeciso debía o no casarse con la chica autoritaria. El cisma era total. Uno competía en el mercado de los dilemas, dominado por curas y coachers, mientras el otro preparaba un estímulo monetario comiendo canapés en Davos. Hoy, los clásicos y los raros, conviven, no sin tensiones, en los pasillos de las mejores universidades. Levitt entraría en la categoría de los raros.
La fatal arrogancia
Steven Levitt era un estudiante introvertido y obsesivo, perfil idóneo para competir por un doctorado. Escuchaba de forma diligente y observaba con genuino interés. Solo presentaba un pequeño defecto: no le gustaban las matemáticas. La economía de los últimos 70 años, desde que así lo decidió Paul Samuelson, ha sido diseñada utilizando números, prescindiendo de palabras. Se quiso, mediante funciones ininteligibles, añadir rigor y elegancia, pero este instinto de supervisión generaría graves desajustes. Las fórmulas no recogen la irracionalidad colectiva, la economía no es una ciencia porque no existen las ciencias sociales. Samuelson complicó el mensaje y los académicos produjeron modelos que funcionarían en la teoría pero no en la práctica. El efecto mariposa, la fatal arrogancia de la política monetaria. No intentes modelizar las decisiones de simios impredecibles en un entorno interconectado. Lagarde intenta salir de esta crisis ajustando los engranajes, como si la economía fuera una máquina. No entiende el mundo y encima pretende controlarlo. El modelo fracasa porque no incluye los efectos de segundo orden, las consecuencias inesperadas.
Los economistas siguen publicando, aunque ya nadie entienda lo que están diciendo. Tampoco es que queramos saberlo. La microeconomía y la teoría de juegos eran bonitos campos prácticos que permitían explicar las encrucijadas cotidianas. Hoy son un entramado de ecuaciones que ni los mismos expertos sabrían explicarte. La innecesaria complejidad señalizaría la sumisión al sistema. Empezaba la huida hacia adelante, complicándolo todo para ahuyentar a los outsiders. Levitt, que quería la credencial, tuvo que demostrar competencias matemáticas en la obtención de su doctorado. Aprobó con los mínimos y luego se especializó en el estudio de los incentivos. Allí no necesitaba números. La economía freak era su ventaja competitiva.
El enfoque económico
A la hora de resolver un problema, buscamos una respuesta. Levitt invierte el proceso: empieza por la pregunta. En el monótono entorno académico, mantener la curiosidad, cuestionándose todas las verdades, le daría una ventaja. Levitt posee, indudablemente, una cualidad diferencial: piensa como un niño. Opera entonces fuera del marco social, no le preocupa que no le inviten a las fiestas de departamento. Sus estudios afrontan temáticas como las tarifas de la prostitución (¡An empirical analysis of street-level prostitution!), la corrupción en la venta de rosquillas (¡White-collar crime writ small: a case study of bagels, donuts and the honor system!) y la estructura organizativa del narcotráfico (¡An economic analysis of a drug-selling gang’s finances!). Su hipótesis más controvertida es que la legalización del aborto tuvo un efecto en la reducción del criminalidad (¡The impact of legalized abortion on crime!).
Busca una buena pregunta y encontrarás una nueva respuesta. Aparecen aquí dos grandes obstáculos: hallar una fuente fiable y filtrar la señal en el ruido. El primero es especialmente delicado, porque nunca sabes si tus números están contaminados. El diseño de un experimento aleatorizado, con un grupo de control, supone un reto. El segundo es menos problemático, disponiendo de software avanzado. Incluso podrías subcontratarlo. El análisis de los datos es el conocimiento específico que se imparte en las facultades tradicionales, pero a los economistas raros nunca les interesó esa asignatura. Ellos dedicaron el tiempo a destapar cuestiones ignoradas, conscientes que, quien formulase la pregunta divertida, encontraría una respuesta interesante. En la economía y en la vida, el secreto consiste en observar el mundo con ojos traviesos.
La racionalidad del crimen
Gary Becker es el padre de la economía freak. Todo lo que dice Levitt, Becker lo pensó antes. Él fue el pionero que estudió la sociedad desde los incentivos y las leyes de la oferta y la demanda, ordenando las interacciones de unos agentes maximizadores, también conocidos como homo sapiens. Agentes que buscarían la felicidad dentro de una restricción. De nuevo, en la gestión de la escasez. Según el modelo coste-beneficio, todas las decisiones optimizan bienestar entre el corto y el largo plazo. A veces posponemos la gratificación. A veces caemos en la tentación. Unos días iremos al gimnasio. Otros comeremos una triple McWhopper con patatas. Becker no cuestiona la racionalidad de la decisión, como sí harían los economistas conductuales, liderados por Kahneman y Tversky, él solo analiza los incentivos de todas las partes. Becker cree que los humanos somos decisores más o menos racionales, que maximizan utilidad dentro de unas preferencias más o menos estables.
Un criminal, cuando comete un delito, actúa de forma racional. La prisión es una restricción. También el coste moral, el sentirse culpable delante de un espejo. Dani el Rojo en el podcast de Kapital: para incumplir la norma bastaba con encontrar un escenario en el que las ganancias fueran superiores que las pérdidas. Becker solía contar esta anécdota de Columbia: llegaba tarde a la conferencia y decidió aparcar en doble fila. Estimó el coste [probabilidad de recibir la multa multiplicado por la cuantía de la multa] y lo comparó con la ganancia [honorarios pactados]. Sabía que no estaba permitido pero, conscientemente, decidió hacerlo. Y si él pensaba así, un traficante de crack, sin estudios y pocas alternativas laborales, seguiría idéntico razonamiento. Ambos maximizaban, dentro o fuera de la ley. No recibió la multa. Imaginaba Louis C.K., en este monólogo en el alambre, la función de utilidad de un pederasta. El incómodamente divertido argumento es que tenía que gustarle eso mucho, siendo los costes tan altos. Becker compartiría esa conclusión. Luego animaría a las autoridades a modificar el coste-beneficio, subiendo penas o subsidiando tratamientos. Becker ganó un merecido Nobel en 1992 por sus estudios acerca de la discriminación, la tasa de criminalidad y el mercado matrimonial. ¿Quién dijo que la economía era aburrida?
La revolución de los perfiles raros. Becker, con espíritu contrarian, daría clases en la Universidad de Chicago, catedral de la economía neoclásica. Levitt, influenciado por Becker, escogería esa misma institución. Estudiaría los mismos incentivos y no dejaría que el escenario le intimidara. Las matemáticas de Samuelson añadieron rigor a los modelos pero, al final del día, no explicaban lo que pasaba. Discutíamos de forma ordenada en un marco imaginario. La economía se renueva con enfoque empírico, añadiendo referencias de la sociología, la psicología y la neurociencia. Levitt, manteniendo su mentalidad de explorador, mira los problema desde abajo, en las elecciones de los fascinantes humanos. Freakonomics es mi manual económico de referencia. La economía es una buena herramienta para entender un mundo loco.
Joan Tubau — Kapital
Kapital Podcast
Escucha el podcast en tu plataforma habitual:
Spotify — Apple — iVoox — YouTube
K8. Dani el Rojo. La racionalidad del criminal.