HODL Bitcoin
El 3 de enero de 2009 Satoshi Nakamoto minó el primer bitcoin.
El bloque génesis contiene el siguiente texto:
The Times 03/Jan/2009 Chancellor on brink of second bailout for banks.
Breve historia del dinero
En la Edad de Piedra, los intercambios se realizaban mediante el trueque. Los hombres cazaban y las mujeres recolectaban y por la noche intercambiaban recursos alrededor de la hoguera. No fue el fuego ni tampoco la rueda, sino la división sexual del trabajo, en ese primer mercado rudimentario, lo que nos llevó arriba de la pirámide. Hombres y mujeres se repartían las tareas y los recursos de forma más o menos equitativa y el grado de especialización quedaría limitado por el tamaño de la tribu. Surgieron nuevas profesiones, como albañiles y ceramistas, pero el modelo económico se mantendría rígido. El problema del trueque es que raramente coinciden las preferencias. No hay intercambio porque quien puede construirme la casa no quiere mis tiestos. El comercio con las tribus vecinas, reforzando la especialización, complicó el problema de la doble coincidencia. Por suerte, un sapiens inventó el dinero. La revolución consistía en no utilizar un activo para el consumo y darle un uso alternativo como moneda de cambio. Ahora es evidente pero tiene un mérito enorme conectar esa idea. El dinero permitía adquirir bienes y servicios a gran escala y los agentes dedicarían su tiempo a una sola tarea. Así se organiza la sociedad moderna. Un inútil como yo, que solo sabe de economía, puede ganarse la vida escribiendo. Recibo un salario por mi trabajo y adquiero todo lo demás en el supermercado. La especialización carece de sentido si no hay un mercado en el que intercambiar el excedente. Por eso era pobre la España autárquica de la posguerra. Con las fronteras cerradas no era posible vender fruta a los franceses, ni tampoco comprar automóviles a los alemanes, no pudiendo aprovechar las ventajas comparativas. Habiendo desarrollado una única habilidad estoy vivo gracias a la globalización. En una isla desierta muero a los tres días. Me siento orgulloso de mi ineptitud, que no ineficiencia.
El dinero es uno de los más grandes inventos de la historia. Las monedas ordenaron los precios y facilitaron los intercambios y lo más fascinante es que lo hicieron sin un mandato central, apareciendo en orden espontáneo, gracias a unos comerciantes que experimentaron con distintos materiales. Las características del buen dinero: infalsificabilidad, transportabilidad, durabilidad, intercambiabilidad, divisibilidad y escasez. El oro ganaría esa competición. Era imposible de falsificar, fácil de mover y difícil de destruir. Era además mutuamente sustituible porque todas las monedas valían lo mismo, siendo indiferente cuál poseyeras. Esta característica, la intercambiabilidad, solucionaba el problema de la doble coincidencia en el trueque. Se fragmentó para las transacciones pequeñas y se buscaron sustitutos con su inevitable apreciación, fijándose precios con la plata y el cobre que todavía hoy se conservan. El oro, por encima de todo, era un bien escaso, la propiedad fundamental del dinero. Que los cigarrillos fueran escasos entre los prisioneros, además de intercambiables, haría que se erigieran de forma descentralizada como moneda del campo. Viktor Frankl recuerda que si alguien decidía fumárselos significaba que había perdido la esperanza de salir de allí con vida. El dinero, por suerte o por desgracia, indica la preferencia temporal del propietario. Si quiere vivir el día o si piensa en el futuro. No cumpliría su función con un precio cambiante. El oro mantiene el valor porque la oferta es limitada.
Los reyes se erigieron como nuevos emisores. Aunque el valor de la moneda no lo daba la corona, sino el material escaso. El descubrimiento de América, con el oro de sus minas, haría de España la nación más rica y poderosa del planeta. Pronto llegaría una innovación bancaria: el papel moneda. Si lo piensas es un salto fascinante. Dos perfectos desconocidos intercambiando un buey [un activo real] por un trozo de papel [un contrato imaginario]. La promesa de convertibilidad, de un billete por cierta cantidad de oro, tranquilizaría a los escépticos. Nunca debieron fiarse del político. Todo se jodió en los acuerdos de Bretton Woods de 1944. Los estados desvincularon sus monedas del oro y lo único que quedó fue una promesa de pago. Nixon se saldría en 1971. Llegaba el dinero fiduciario, no respaldado por ningún activo. Los estados tenían barra libre para imprimir y por más reglas constitucionales que establecieran, tarde o temprano, por culpa de circunstancias nada extraordinarias, un presidente populista terminaría saltándoselas. No es la ley, sino el oro lo que protege a los ciudadanos. El dinero, que hasta entonces había funcionado como reserva de valor y medio de cambio, se utilizaría para engrasar la maquinaria económica de los estímulos monetarios. El dinero fiduciario es doblemente explosivo en un sistema de reserva fraccionaria, en el que los bancos no están obligados a mantener el capital de los depositantes. El 98% del dinero ni tan siquiera existe. «¿Y eso no es peligroso?» Recuerdo que pregunté en clase. «No, el crédito estimula la demanda». Respondió el profesor de macroeconomía. Así muere una moneda. Asesinada por los keynesianos.
150 monos
Sapiens tiene sus haters pero esta reflexión sobre el dinero es una pasada. Yuval Noah Harari se pregunta cómo consiguió el homo sapiens cooperar de forma efectiva en grupos mayores de 150, creando una red comercial global con millones de individuos.
El secreto fue seguramente la aparición de la ficción. Un gran número de extraños pueden cooperar con éxito si creen en mitos comunes. Cualquier cooperación humana a gran escala (ya sea un estado moderno, una iglesia medieval, una ciudad antigua o una tribu arcaica) está establecida sobre mitos comunes que solo existen en la imaginación colectiva de la gente. Las iglesias se basan en mitos religiosos comunes. Dos católicos que no se conozcan de nada pueden, no obstante, participar juntos en una cruzada o aportar fondos para construir un hospital, porque ambos creen que Dios se hizo carne humana y accedió a ser crucificado para redimir nuestros pecados. Los estados se fundamentan en mitos nacionales comunes. Dos serbios que nunca se hayan visto antes pueden arriesgar su vida para salvar el uno al otro porque ambos creen en la existencia de la nación serbia, en la patria serbia y en la bandera serbia. Los sistemas judiciales se sostienen sobre mitos legales comunes. Sin embargo, dos abogados que no se conocen de nada pueden combinar sus esfuerzos para defender a un completo extraño porque todos creen en la existencia de leyes, justicia, derechos humanos... y en el dinero que se desembolsa en sus honorarios. Y, no obstante, ninguna de estas cosas existe fuera de los relatos que la gente se inventa y se cuentan unos a otros. No hay dioses en el universo, no hay naciones, no hay dinero, ni derechos humanos, ni leyes, ni justicia fuera de la imaginación común de los seres humanos. La gente entiende que los «primitivos» cimenten su orden social mediante creencias en fantasmas y espíritus, y que se reúnan cada luna llena para bailar juntos alrededor de una hoguera. Lo que no conseguimos apreciar es que nuestras instituciones modernas funcionan exactamente sobre la misma base.
«El dinero es el más universal y más eficiente sistema de confianza mutua que jamás se haya inventado». En palabras de Harari. Los yihadistas odian los Estados Unidos y aman el dólar. No tratan con el diplomático pero podrían entenderse con un mercante.
El hecho de que otra persona crea en las conchas de porcelana, o en los dólares, o en los datos electrónicos, es suficiente para fortalecer nuestra propia creencia en ellos, incluso si, de otro modo, odiamos, despreciamos o ridiculizamos a esta persona. Los cristianos y los musulmanes que no pueden ponerse de acuerdo en creencias religiosas pueden no obstante coincidir en una creencia monetaria, porque mientras que la religión nos pide que creamos en algo, el dinero nos pide que creamos que otras personas creen en algo. Durante miles de años, filósofos, pensadores y profetas han vilipendiado el dinero y lo han calificado de la raíz de todos los males. Sea como fuere, el dinero es asimismo el apogeo de la tolerancia humana. El dinero es más liberal que el lenguaje, las leyes estatales, los códigos culturales, las creencias religiosas y los hábitos sociales. El dinero es el único sistema de confianza creado por los humanos que puede salvar casi cualquier brecha cultural, y que no discrimina sobre la base de la religión, el género, la raza, la edad o la orientación sexual. Gracias al dinero, incluso personas que no se conocen y no confían unas en otras pueden, no obstante, cooperar de manera efectiva.
Hoy, igual que hace mil años, lidera la sociedad el mono que cuenta mejores historias, quien ejerce el control reproduciendo viejos mitos y construyendo nuevas narrativas. Un político popular y un empresario carismático son los nuevos chamanes de la tribu.
Contar relatos efectivos no es fácil. La dificultad no estriba en contarlos, sino en convencer a todos y cada uno para que se los crean. Gran parte de la historia gira alrededor de esta cuestión: ¿cómo convence uno a millones de personas para que crean determinadas historias sobre dioses, o naciones, o compañías de responsabilidad limitada? Pero cuando esto tiene éxito, confiere un poder inmenso a los sapiens, porque permite a millones de extraños cooperar y trabajar hacia objetivos comunes. Piense el lector lo difícil que habría sido crear estados, o iglesias, o sistemas legales si solo pudiéramos hablar de cosas que realmente existen, como los ríos, árboles y leones. (…) La capacidad de crear una realidad imaginada a partir de palabras permitió que un gran número de extraños cooperaran de manera efectiva. Pero también hizo algo más. Puesto que la cooperación humana a gran escala se basa en mitos, la manera en que la gente puede cooperar puede ser alterada si se cambian los mitos contando narraciones diferentes. En las circunstancias apropiadas, los mitos pueden cambiar rápidamente. En 1789, la población francesa pasó, casi de la noche a la mañana, de creer en el mito del derecho divino de los reyes a creer en el mito de la soberanía del pueblo.
El dinero más duro
El dinero es una ilusión. El bitcoin puede en cualquier momento desvanecerse, tiene valor solo porque en él cree la gente. Siendo todo esto cierto, ¿no ocurre lo mismo con el sistema económico mundial? No sé si Dios existe pero ya te digo yo que el dólar no es real. In God we trust puede leerse en el billete, pero la confianza no es en la palabra de Jesucristo sino en la firma de Powell. Ir al cajero es un acto de fe. Tú te ríes de mi bitcoin pero luego sacrificas 40 horas de la semana en inútiles reuniones para acumular el mayor número de papelitos de colores. ¿Quién es aquí el loco? La única diferencia entre el bitcoin y el dólar es que, a día de hoy, más gente cree en el dólar. Ambos son una ilusión. No discutimos qué dinero es mejor sino qué dinero puede generar mayor convicción. Toda construcción social impone una nueva realidad. Las fronteras son imaginarias pero si no pagas impuestos, porque no crees en los estados, mañana duermes entre rejas. La bandera es imaginaria pero la prisión es real. Las ideas se expanden como un virus y los creyentes cambian el viejo equilibrio, la convicción ciega les da una oportunidad, bastan unos pocos fanáticos para tomar el palacio. En año bajista no se tocaron el 62% de los bitcoin. Aquí nadie vende cuando se la pega y yo no he visto ningún otro activo que haga eso. Si decides entrar te espera un bautismo de fuego. Yo me comí una caída del 70% y fue una experiencia liberadora. El mejor momento, recuerdo la hora exacta, es cuando lo das todo por perdido. Te entregas entonces al azar y disfrutas, ya no temes, la dulce y caprichosa brisa marina. No controlar tu destino, comprender que pronto morirás y que nada de esto tiene sentido, te permite eliminar el miedo paralizante que una vez sentiste. Aquí concluye la huida, aquí empieza tu nueva vida. Te levantas con un tatuaje misterioso que únicamente reconoce quien compartió trinchera. Se cruzan desconocidos por la calle ofreciéndote el saludo secreto. Tienes una misión y por él estás dispuesto a sacrificarlo todo. Hay un murmullo en la ciudad, se habla de una conspiración en las sombras, de un soldado sin miedo, de un general sin rostro, que un día desapareció y se hizo omnipresente. Tiemblan los poderosos al escuchar su nombre: Satoshi Nakamoto.
El bitcoin reintroduce la vieja disciplina del oro. No quiero entrar en la parte técnica. Sinceramente, no lo entiendo. Tampoco hablaré de la cuestión energética. Aunque intuyo que es bueno para el planeta. Marc Aragonès, Ricardo Pérez-Marco y Josu San Martin ya describieron el proyecto. Yo quiero hablar de filosofía y psicología de masas. Yo no invierto en cuentas de resultados. Yo invierto en ideas y convicciones sociales. Satoshi Nakamoto liberó al kraken el 31 de octubre de 2008, con el mundo todavía recuperándose de la caída de Lehman Brothers, cuando publicó su white-paper. El bitcoin es una mejor forma de dinero en las seis categorías antes descritas. No puede falsificarse (en el blockchain todo queda registrado), es fácil de mover (si recuerdas la contraseña), es duradero (el protocolo responde a los ataques), es divisible (en 100 millones de satoshis) y es intercambiable (todas las monedas son iguales). La escasez, de nuevo, determina el ganador. Los mineros del oro encuentran nuevos yacimientos y el dinero fiduciario sigue imprimiéndose con la inflación disparada, pero la oferta de bitcoin permanece constante en los 18 millones. Con un máximo ya fijado de 21 para el año 2140. Es raro invertir en un activo que permite transferir riqueza sin un intermediario central, que te protege de la censura de los gobiernos, de la firma de Roosevelt en la Orden Ejecutiva 6102. Que sea mejor no es condición suficiente para que se imponga. El factor diferencial es la convicción colectiva y eso nadie lo controla. Lo más probable es que baje el precio, incluso que se vaya a 0, pero si despega yo quiero exposición, yo quiero el oro de la Santa María, no quiero arrepentirme de viejo.
Escribo este artículo con el bitcoin a 19.154 dólares. Michael Saylor compartió una idea que no consigo sacarme de la cabeza. «El bitcoin no va de mandar un millón de dólares de aquí a Tokio. El bitcoin va de mandar un millón de dólares de hoy al año 2140». Yo compro para dejárselo a mis nietos. Son muchos los peligros. Hackeos en la red, volatilidad en el mercado y costes de transacción. El mayor peligro sigue siendo la prohibición. El sistema le permitirá al bitcoin testear la hipótesis de la reserva de valor. El sistema no le permitirá al bitcoin testear la hipótesis del medio de cambio. La Reserva Federal ya defiende su monopolio, ignora que Satoshi no mandó una propuesta de negociación sino un paquete bomba. Esto es lo que ocurrirá. Persiste la expansión monetaria y los inversores validan el activo. El bitcoin se convierte en amenaza para unos bancos centrales con balances en dinero fiduciario. Los políticos prohiben la tenencia y es cabeza de turco en la crisis de deuda pública. Los mineros se refugian en un pequeño país que el presidente de los Estados Unidos bombardea en defensa de la estabilidad monetaria. El proyecto se detiene pero, milagrosamente, el engranaje sigue funcionando. Los ahorradores esconden en casa una pequeña pieza de metal, de generación en generación transmiten los valores del profeta en un código de 24 palabras. Los hijos guardan el secreto esperando la llamada. Transcurren mil años y se forma un club clandestino en los suburbios de Miami. El bitcoin tenía un Dios y en la guerra se forjan sus mártires. La iconografía de la muerte organiza la orgullosa disidencia en un incendio incontrolable. El conflicto se alarga durante décadas, incluso siglos, pero una creencia es indestructible cuando por los adoquines corre la sangre, es un movimiento antifrágil que, como la hidra de Lerna, pierde una cabeza y más fuerte se hace. Todo esto ocurrirá, quiera o no quiera el ridículo tirano, en el futuro tecnológico del hombre soberano. El bitcoin es una bomba de relojería que, una vez activada, no puede ser detenida. La revolución silenciosa de las clases populares.
Joan Tubau — Kapital
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