Fue la mano de Dios
El 24 de junio de 2014, a la edad de 24 años, entendí que podría ganarme la vida escribiendo. Mucho antes que el mundo o mi entorno pudiera nunca comprenderlo. Esa es la fricción. Esa es la prueba. Entendí que el éxito es solitario y que pagaría el cheque con mi talento. Entendí que sería una travesía de 8 años y que tú te marcharías en el trigésimo día del séptimo verano. Entendí que la libertad tiene un precio y que nunca existió una alternativa. Entendí que posponer la decisión solo generaría dolor, que había nacido para escribir y que en esa lucha, en ese fracaso, hallaría un sentido. Todas las derrotas conducirían irremediablemente al camino verdadero, en la larga y dulce travesía de regreso. Siempre el más arduo y espinoso, nunca el más sereno y placentero. Entendí que tomar mis propias decisiones, cometer mis propios errores, sería ventaja competitiva. Entendí que la grandeza se mide en horas de sufrimiento. Entendí que todas las nobles ideas tienen origen en la tragedia. Entendí todo esto, y alguna cosa más, en el único lugar que puede el hombre libre comprender: en la absoluta soledad, en la estrellada noche del desierto. Empieza entonces el salvaje ritual, repitiéndose desde el principio de los tiempos, de un loco solitario que intenta escapar de la sociedad, en el eterno conflicto del yo, en la sensual danza de la muerte. Así lo dejó escrito el cristianismo, la religión que mejor entendió la psique humana. En el camino de la cruz encontraré un propósito. El sufrimiento es mi recompensa.
84 visualizaciones
Escribo para ordenar mis ideas y tomar la decisión correcta. Sorrentino, compañero de trinchera, sufre en cada una de sus películas. La vida es un continuo fracaso y no por ello rehuimos la pelea. Me gusta la escena en la isla de Stromboli. Marchino, el hermano mayor, decide que no quiere más dolor. Fabietto escoge el camino opuesto. Si buscas la felicidad mi consejo es que no persigas tus sueños. Unos días antes, en el estadio de San Paolo, los dos hermanos observan la tenacidad de Maradona. El mayor, que ya no quiere ser actor, anticipa que el pequeño llegará lejos, porque tiene talento y, más importante, porque sigue insistiendo. Yo, a diferencia de Sorrentino, nunca desarrollé la persistencia. Mi plan es más simple: escribo porque eso es todo lo que tengo. Es pura temeridad, nunca quise darme una alternativa. Aunque me sienta un impostor, no puedo no hacerlo. Si existe una pequeña opción de éxito pasa por el compromiso extremo. La jugada es más peligrosa, los textos más auténticos, la vida más atractiva. Nietzsche decía que «de todo lo que se escribe, solo me interesa lo que un hombre escribe con su sangre». Mis heridas siguen abiertas y es por eso que sigues leyendo. Los empresarios operan en un rito parecido. No estás preparado pero cuanto antes empieces mejor, en esta encrucijada en la que solo sobrevive el ingenuo. La apuesta (¡la decisión!) es con 84 visualizaciones. Allí vas con todo. O renuncias para siempre. El esfuerzo infatigable con 84 visualizaciones te conduce al millón. La persistencia, tu jodida determinación, separa al loco del genio. Ese es el abismo. Que seguiste donde otros dudaron. Que subiste la apuesta en medio del valle de la muerte.
Antonio Capuano nos regala esta memorable escena.
No, tú no tienes dolor, tú tienes esperanza. Con esperanza haces películas reconfortantes, es una trampa. Malditas distracciones. Al final vuelves a ti mismo. Vuelves aquí, al fracaso, todo es un fracaso, un montón de mierda. Nadie puede escapar de su fracaso y nadie sale realmente de esta ciudad. ¿Qué carajo vas a hacer en Roma? ¿Sabes cuántas historias hay en esta ciudad? ¿Es posible que esta ciudad no te inspire nada? ¿Tienes algo que decir? ¿O eres un imbécil como todos los demás? ¿Tienes una historia que contar? ¡Ten agallas! ¿Tienes una historia que contar? ¡Vamos tonto! ¿Tienes una historia que contar? ¡Saca el valor para contarla!
«Si no creéis, no comprenderéis»
No debería estar escribiendo esto. No es racional. El coste es demasiado grande. La recompensa es demasiado pequeña. No encuentro una sola razón. Y sin embargo lo estoy haciendo. Son las 4 de la mañana y sigo esperando la señal. Miro películas, escucho canciones y leo novelas en busca de un mensaje que me recuerde que no estoy solo, que me susurre al oído cómo cruzar el océano. El juego consiste, así yo lo entiendo, en interpretar las señales. Miyazaki manda la suya a través de un gato. Dos consejos para la intrépida Shizuku: mantén la curiosidad del niño y regálate libertad de movimientos. La señal no está escondida pero sí debes encontrarla. Implementación práctica en el contexto de las oportunidades: ojos abiertos para primero identificarla y valentía para posteriormente perseguirla. En la frenética persecución del gato, la mayor barrera no es el entorno, la mayor barrera es el ego, la historia de éxito que te cuentas delante del espejo. El ruido de la multitud silencia tu voz genuina. Si temes la soledad nunca resolverás el enigma. Esté preparado para defender un fuerte en territorio enemigo. «¿Por qué no buscas un trabajo normal?» La confrontación es personal (¡claro que es personal!) cuando recuerdas todas las noches de insomnio, cuando recuerdas todas las lagrimas por fuego amigo. Y pierdes la cabeza, desatándose el gran incendio, al recibir la mirada condescendiente del cargo intermedio. Y sientes asco, allí donde antes sentías pena, por la persona que intenta ponerte a sitio viviendo ella una vida de mierda. Ese odio es tu combustible, ese comentario es tu mantra en el desierto. No puede un esclavo entender el sangriento mecanismo de un corazón libre.
Lo que tú llamas talento natural, yo lo llamo trabajo en silencio. Mi estrategia consiste en desarrollarme de forma honesta y proteger posición de independencia, la que me permite explorar señales venideras. Schopenhauer llamaría vulgar ladrón a quien, teniendo un don natural, decidiera no trabajarlo. Afortunado y maldito en la oportunidad (¡obligación!) de demostrar mi valía. Yo vi los ojos brillantes el 24 de junio de 2014, a la edad de 24 años. Me agarré con todo y hoy sigo escribiendo. La apuesta encaja, con un poco de suerte, en el octavo año de la travesía. Mis modelos económicos serían válidos en la orientación profesional. Mis referencias inútiles servirían para conducir entrevistas entretenidas. No lo sabía entonces, cuando puse las fichas encima de la mesa, pero sí lo sé ahora: el salto de fe daría acceso al interés compuesto. No puedes entenderlo porque no ves lo que yo estoy viendo. Te pido que confíes en mí, aunque no pueda explicártelo en palabras. Te pido que escuches esta declaración de amor: persigue tu señal, que yo vendré contigo. Empieza aquí la verdadera travesía, sola con tus pensamientos, moviéndote por instinto, allí donde terminan los mapas. Y en el alba de un lejano día, habiendo perdido toda esperanza, aparece la tierra prometida. Y llorarás. Y sentirás una felicidad completa, un segundo antes del desembarco, porque solo tú sabes cuánto sufriste esperando ese momento, cuánto resiste en medio del océano. Agradecida por el arduo viaje que hoy concluye e ilusionada por el incierto viaje que mañana empieza, deseando nuevas aventuras, deseando mayores peligros. Quizá no sabes de lo que estoy hablando. Quizá nunca lo sepas.
Joan Tubau — Kapital
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