En presencia de Schopenhauer
Michel Houellebecq era un universitario alegre y despreocupado. Demasiado joven para comprender, sentía todavía la ilusión del futuro incierto. Todo se jodió la mañana en la que visitó la biblioteca del distrito VII, sintiendo la llamada de un libro secreto: Aforismos sobre el arte de vivir. Abrió las páginas con curiosidad y temor y ya nada volvería a ser como antes. Hallaría una semana más tarde El mundo como voluntad y representación en una vieja librería del Boulevard Saint-Michel. Nadie sale entero de esos dos combates. Paradójicamente, es probable que el encuentro con Schopenhauer, el jefe de los emos, le salvara la vida. Su lectura es dura pero reconfortante y la metafísica más pesimista que ha concebido el hombre esconde un mensaje de esperanza: domina la voluntad, refúgiate en el yo y nada podrá tumbarte. Es un camino tortuoso, de eso no te quepa la menor duda, pero incontestablemente superior a la existencia del asalariado en piloto automático. Houellebecq no volvió al mundo narcótico de la producción y el consumo y la sociedad cultural ganó al enésimo escritor desdichado. En presencia de Schopenhauer recoge sus fragmentos favoritos.
Esclavos de una voluntad insaciable
Jesús Salido analizó brillantemente en el podcast la filosofía del alemán.
La voluntad es el punto de partida en su sistema de pensamiento total.
La ausencia de toda meta y de cualquier límite es esencial a la voluntad en sí, que es un anhelo infinito. La aspiración de la materia puede ser contenida pero nunca colmada o satisfecha. Lo mismo ocurre con los anhelos de todos los fenómenos de la voluntad. Cualquier meta alcanzada es el punto de partida de una nueva carrera, y así hasta el infinito. La planta se eleva desde la semilla a través del tallo y la hoja hasta la flor y el fruto, que es a su vez el comienzo de una nueva semilla, de un nuevo individuo que recorrerá el antiguo camino, y así eternamente. Lo mismo ocurre en la vida de los animales: su punto culminante es la procreación, y acto seguido la vida del primer individuo decae más o menos rápidamente, mientras un nuevo individuo garantiza la conservación de la especie y repite el mismo fenómeno.
Eternamente deseante, eternamente insatisfecho. La voluntad carece de sentido.
Nadie puede salir de su propia individualidad. Y al igual que un animal irracional, en todas las situaciones en las que se ponga, permanece encerrado en el estrecho círculo que la naturaleza ha trazado irrevocablemente para su ser. Son los límites de sus fuerzas espirituales los que determinan su aptitud para los placeres elevados. Si son estrechos, todos los esfuerzos exteriores, todo lo que los hombres o la fortuna hagan por él, no podrán hacerle superar la masa de la felicidad humana habitual, cuasi-animal: deberá contentarse con los placeres sensuales, una vida familiar íntima y alegre, unas relaciones sociales triviales y pasatiempos vulgares. Ni siquiera la educación es capaz de ampliar ese círculo. Pues los placeres más elevados, variados y duraderos son los espirituales, por mucho que en nuestra juventud nos engañemos al respecto, pero dependen fundamentalmente de la capacidad innata de nuestro espíritu. Así está claro hasta qué punto nuestra felicidad depende de aquello que somos, de nuestra individualidad, mientras que casi siempre solo se toma en cuenta nuestro destino, es decir, aquello que tenemos o que representamos. El destino, sin embargo, se puede mejorar y, si se goza de riqueza interior, no hay que pedirle mucho. Un bobo, en cambio, será bobo por el resto de sus días, y un zoquete será zoquete aunque esté en el paraíso y rodeado de huríes.
Schopenhauer entendió esta vida como un péndulo entre el hastío y el sufrimiento.
Una visión de conjunto nos muestra que el aburrimiento y el dolor son los dos enemigos de la felicidad humana. Además cabe observar que, en la medida en que logramos alejarnos de uno de ellos, nos aproximamos al otro, y viceversa, por lo que nuestra vida representa en realidad una oscilación más o menos fuerte entre los dos. Y ello se debe a que ambos se hallan en un doble antagonismo; el primero externo u objetivo, y el segundo interno o subjetivo. Así, externamente la necesidad y la privación producen sufrimiento, mientras que la seguridad y la abundancia producen aburrimiento. Vemos a la clase popular sumida en un incesante combate contra la necesidad, es decir, contra el dolor, y, por el contrario, la clase rica y distinguida lucha de forma constante y desesperada contra el aburrimiento. El antagonismo interno o subjetivo se basa en que en cualquier individuo la receptividad hacia el aburrimiento se halla en proporción inversa a su receptividad hacia el sufrimiento, determinada por la medida de sus fuerzas intelectuales.
Si no temes el aburrimiento, te ahorrarás muchos problemas. Y también mucho dinero.
Lo que uno es
El filósofo divide la existencia en tres categorías.
Lo que uno es: es decir, la personalidad, en el sentido más amplio del término. Están subsumidos aquí, por lo tanto, la salud, el vigor, la belleza, el temperamento, el carácter moral, la inteligencia y el desarrollo de la misma.
Lo que uno tiene: o sea, su patrimonio y posesiones de todo tipo.
Lo que uno representa: bajo esta expresión se entiende, como se sabe, lo que alguien constituye a los ojos de los demás, que en el fondo no es sino la forma en que es representado por ellos. Consiste, por lo tanto, en la opinión que ellos tengan de él, y se divide en el honor, el rango y la fama.
Trabajar lo que uno es, por encima de lo que uno tiene o representa.
Dado que todas las fuentes externas de la felicidad y del placer son, por su propia naturaleza, extremadamente inciertas, improbables, efímeras y están sometidas al azar, pueden extinguirse aun en las circunstancias más favorables. En la vejez casi todas se agotan ineluctablemente, entonces nos abandonan el amor, las bromas, el placer de viajar y el de la equitación, así como la aptitud para la vida social, incluso amigos y parientes nos son arrebatados por la muerte. Entonces importa más que nunca lo que uno tiene en sí mismo, pues nada resistirá mejor el paso del tiempo. Sin embargo, a cualquier edad, esa es la única fuente verdadera y permanente de felicidad. El mundo no tiene mucho que ofrecernos: está lleno de necesidad y de dolor, y a quienes logran escapar de ellos les acecha en cada esquina el aburrimiento. Además, por regla general, reina la maldad y la estupidez lleva la voz cantante. El destino es cruel y los hombres miserables. En un mundo semejante, quien tiene mucho en su interior brilla como una habitación navideña cálida, clara y alegre en medio de la nieve y del hielo de una noche de diciembre.
La contemplación, concluye el maestro, es la única salida en el absurdo ciclo del deseo.
Lo único que está en nuestras manos es sacar el mayor provecho posible de la personalidad recibida. Cultivando las tendencias que le son afines y procurando adquirir el tipo de educación que se adapta a ella, evitando cualquier otra y, por consiguiente, eligiendo el estatus, la ocupación, el estilo de vida que mejor se correspondan con ella. Un temperamento tranquilo y sereno, con una salud perfecta y una feliz organización, un entendimiento lúcido, vivaz y acertado en sus juicios, una voluntad moderada y dulce y su consiguiente conciencia pura son ventajas que ningún rango o riqueza pueden reemplazar. Pues lo que un hombre es por sí mismo, lo que le acompaña en la soledad y nadie puede darle o arrebatarle es manifiestamente más importante para él que lo que pueda poseer o ser a ojos de los demás. Un hombre de espíritu ingenioso, incluso en la más absoluta soledad, hallará en sus propios pensamientos una perfecta distracción, mientras que el continuo cambio procurado por la vida social, los espectáculos, los paseos y las fiestas es incapaz de librar al imbécil del aburrimiento que le atormenta. Un carácter bondadoso, moderado y apacible puede estar satisfecho en la indigencia, mientras que ni todas las riquezas satisfarán al carácter ávido, envidioso y malvado.
Cervantes en prisión, imaginando el Quijote, fue entonces el más rico de los hombres.
Las ideas peligrosas
Schopenhauer dinamita tu tranquila existencia. No eres la misma persona después de la brutal colisión. No percibes el mundo de la misma forma, no interactúas con él de la misma manera. Las almas rebeldes se cargan de gasolina y Arthur prende la mecha. Si sobrevives la explosión puede que construyas algo que merezca la pena. Las ideas peligrosas, las que no quieres escuchar, se esconden en las viejas bibliotecas. Las ideas peligrosas esperan al lector desprevenido pacientemente. No puedes olvidarlas una vez te cruzas con ellas, no puedes ya regresar al momento previo de conocerlas. Cuanto más las ignoras, más fuertes se hacen. No intentes controlarlas, deja que te poseen. Yo escribo a las 4 de la mañana y tú recitas los versos satánicos. Todos caemos por el eterno abismo en el que todo muere y todo empieza. Houellebecq reinterpreta a Schopenhauer en sus poemas, como hicieron Borges o Bernhard en sus terribles y mágicos cuentos. Los fragmentos memorables tienen ese sello destructivo. «A veces estaban tristes, pero sobre todo estaban serios». «La desgracia solo alcanza su punto más alto cuando hemos visto, lo bastante cerca, la posibilidad práctica de la felicidad». «Por mucho valor, sangre fría y humor que uno acumule a lo largo de su vida, siempre acaba con el corazón destrozado». No leas Las partículas elementales si no pasas por un buen momento. El francés sufre pero no por ello pierde la esperanza, cruza los dedos y lanza los dados, la voluntad, por suerte, le empuja a seguir jugando. A pesar de las mil y una desilusiones, a pesar del final por todos conocido, debemos seguir intentándolo.
La mayoría de las cosas que se consideran extraordinarias son meras ilusiones, como un decorado de teatro, y les falta la esencia. Por ejemplo, los barcos empavesados y engalanados, los cañonazos, los timbales y las trompetas, las exclamaciones de júbilo y los gritos de alegría son el reclamo, la señal, el jeroglífico de la alegría, pero la alegría casi nunca se encuentra allí: solo ella ha excusado su asistencia a la fiesta. Allí donde la alegría se presenta realmente lo hace por regla general sin haber sido invitada y sin previo aviso, sans façon, introduciéndose en silencio, a menudo con las excusas más insignificantes y fútiles, en las circunstancias más cotidianas e incluso en situaciones poco brillantes y gloriosas.
Houellebecq, con el corazón roto en mil pedazos, decidió casarse por tercera vez. Schopenhauer, después de una vida protegiéndose, se enamoró cumplidos los 70. No puedes ser feliz si decides con la razón. No puedes ser feliz si nunca bajas la guardia.
Joan Tubau — Kapital
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