El infierno son los demás
Los humanos sufren aversión a las pérdidas. La explicación es biológica: en la Edad de Piedra, al filo de la supervivencia, todo podía matarte. Hoy dedicamos excesiva atención a eventos negativos (¡las malas noticias copan los titulares!) porque intuimos, erróneamente, que el mundo esconde los mismos peligros. Organizamos la carrera profesional bajo un patrón similar, minimizando errores en recompensas constantes. Una trayectoria académica impoluta y aburrida para luego obtener una nómina ‘segura’ dentro de una gran empresa. El impulso humano es perseguir la falsa estabilidad de las pequeñas ganancias. El desafío antinatural insistir en ese premio improbable. Michael Burry, el protagonista de La gran apuesta, sufre las mofas de sus colegas. El autismo, curiosamente, será una inesperada ventaja. El mejor inversor, en este juego psicológico, es el que consigue aislarse de la presión externa. La sociedad recordándote que no te pases de listo, primero con burlas y luego con amenazas, y tú subiendo la apuesta en el momento crítico. ¿Estás dispuesto a jugártelo todo a una carta? No gana el más fuerte. Gana el que demuestra mayor tolerancia a las pérdidas.
La concavidad y la convexidad determinan la estrategia financiera. Against the Gods es un manual para gestionar la incertidumbre moderna. Peter Bernstein, antes de escribir el libro, trabajó en la gestión de fondos. Un día se le acercó un cliente y le dijo: «Recuerda chico, yo ya soy rico. No tienes que hacerme rico». ¿Cuál es tu asimetría? Un viejo millonario, con mucho que perder y poco que ganar, es cóncavo y un pobre universitario, con mucho que ganar y poco que perder, es convexo. Si ya eres rico mi consejo es que compres bonos alemanes. Si sales del instituto que lo metas todo a la cripto del perro. El cliente de Bernstein entendió que subir de 2 a 20 no le cambiaba la vida, pero bajar de 2 a 0 le hundía en la miseria. Tenía sentido entonces jugarlo conservador, incluso ser paranoico, para proteger su posición de privilegio. Los estoicos, que nunca quisieron la espada de Damocles, lo solucionaron desprendiéndose de todas las riquezas. Retener el dinero es más difícil que ganarlo. Las mayores imprudencias tienen su origen en las normas colectivas, en una sociedad que te empuja a consumir por encima de tus expectativas. La presión es sutil pero brutal. «¿Por qué conduces un Sandero?» Porque no quiero recibir órdenes de un imbécil.
Función asimétrica del valor
El tenista Jimmy Connors decía que odiaba perder más de lo que gustaba ganar. Su opinión es consistente con los experimentos de Kahneman y Tversky, que estudiaron la gestión psicológica de ganancias y pérdidas. La función asimétrica del valor, una idea central de sus investigaciones empíricas, nos dice que sufrimos más las pérdidas que disfrutamos las ganancias, y que las primeras unidades generan un mayor impacto. Cambia el valor percibido según cómo decidas empaquetarlo. Mi consejo para el político en apuros: las reformas dolorosas se anuncian conjuntamente. Manipular el punto de referencia, el concepto del framing, te dará una ventaja negociadora. Los artículos Teoría prospectiva, Encuadre de la elección y Juicios en incertidumbre, además de ayudarte a tomar buenas decisiones, son entretenidos. Algo poco frecuente en papers académicos. Tres lecturas que condicionan tu plan de carrera.
El maestro Taleb describe el siguiente escenario en El cisne negro.
Sales cada mañana de tu diminuto apartamento en el East Village de Manhattan para dirigirte a tu laboratorio de la Universidad Rockefeller, en East Sixties. Cuando regresas a casa por la noche, las personas que componen tu red social te preguntan si has tenido un buen día, porque quieren ser corteses. En el laboratorio, la gente tiene más tacto. Naturalmente que no has tenido un buen día; no has descubierto nada. No te dedicas a reparar relojes. El hecho de no descubrir nada es algo muy valioso, ya que forma parte del proceso del descubrimiento: bueno, ya sabes dónde no hay que buscar. Otros investigadores, sabedores de tus resultados, no intentarán reproducir tu importante experimento, salvo que haya una revista lo bastante sensata para pensar que ese «no descubrir nada» constituye una información y merece ser publicado. Tu cuñado, por otro lado, es vendedor en una empresa de Wall Street, y no para de acumular buenas comisiones; comisiones cuantiosas y constantes. «Trabaja muy bien», oyes que dicen, sobre todo tu suegro, con un rápido y pensativo nanosegundo de silencio después de haberlo dicho, lo cual te hace ver que estaba haciendo una comparación. Fue involuntaria, pero la hizo. Las vacaciones pueden ser terribles. Te encuentras con tu cuñado en las reuniones familiares e, invariablemente, detectas signos inconfundibles de frustración en tu esposa, quien, por un momento, antes de recordar la lógica de tu profesión, piensa que se ha casado con un perdedor. Pero tiene que frenar su primer impulso. Su hermana no dejará de hablar sobre las reformas que ha hecho, sobre el nuevo papel pintado. Tu mujer estará más callada de lo habitual al volver a casa. Ese malhumor empeorará ligeramente porque el coche que conduces es alquilado, ya que no puedes pagar una plaza de aparcamiento en Manhattan.
Psicológicamente, la carrera del científico es más compleja que la del comercial.
Trabajas en un proyecto que no produce resultados inmediatos ni sistemáticos; en cambio, la gente de tu alrededor trabaja en cosas de las que sí obtienen resultados. Tienes problemas. Este es el sino de los científicos, los artistas y los investigadores que viven perdidos en la sociedad, en vez de hacerlo en una comunidad aislada o en una colonia de artistas. Los resultados positivos desiguales, de los que obtenemos mucho o prácticamente nada, son los que prevalecen en muchas ocupaciones, especialmente en aquellas que tienen un sentido de misión, como la de buscar obstinadamente (en un laboratorio maloliente) la escurridiza cura del cáncer. Si eres investigador, tendrás que publicar artículos intrascendentes en publicaciones «de prestigio», para que los demás te saluden de vez en cuando al encontrártelos en seminarios y conferencias. Si diriges una empresa pública, seguro que antes de que aparecieran los accionistas te iba perfectamente, cuando tú y tus socios erais los únicos dueños, junto con unos espabilados inversores capitalistas que comprendían la irregularidad de los resultados y la naturaleza inestable de la vida económica. Pero ahora tienes a un torpe analista de seguridad de treinta años que trabaja para una empresa del centro de Manhattan «juzgando» tus resultados y sacándoles demasiada punta. Le gustan las recompensas continuas, y lo último que tú puedes proporcionar son tales recompensas. Muchas personas realizan sus trabajos con la impresión de que hacen algo bien, aunque es posible que no demuestren resultados sólidos durante mucho tiempo. Tienen que posponer continuamente la gratificación, para sobrevivir a una sistemática dieta de crueldad impuesta por sus colegas, y no desmoralizarse por ello. A sus primos les parecen idiotas, como se lo parecen a sus compañeros, de ahí que tengan que mantener el coraje. No cuentan con confirmación alguna, ninguna validación, ningún alumno que les adule, ningún premio Nobel. «¿Cómo te ha ido el año?» Esta pregunta les produce un leve pero contenible espasmo de dolor en lo más profundo de su ser, ya que todos sus años le parecerán un desperdicio a quien contemple su vida desde fuera. Pero luego, ¡bang!, llega ese suceso que conlleva la gran confirmación. O es posible que nunca llegue. Créame el lector, resulta duro afrontar las consecuencias sociales de un fracaso continuo. Somos animales sociales; el infierno son los demás.
Malcolm Gladwell escribió en 2002 el perfil de un joven trader llamado Nassim Nicholas Taleb. Empirica, el fondo que operaba junto a Mark Spitznagel, quería monetizar eventos de cola. El mercado cierra en verde la mayoría de los años, pero el año que palma lo hace a lo grande. El libanés intuyó un crash cercano y montó la de Burry con un esquema contrarian, perdiendo un poco todos los días pero teniendo una opción de forrarse en el largo plazo. La máxima de Keynes es que el mercado puede permanecer irracional más tiempo del que tú puedes mantenerte solvente. O mentalmente sano. Nadie está preparado para aguantar un corto por un período de tiempo prolongado. Es una apuesta antinatural, lentamente desangrándote, sin observar el mínimo avance. Gradually, then suddenly. La asimetría es dinamita, poco importa que tengas razón si no controlas el timing. «Es como si tocaras el piano durante 10 años y no fueras capaz de interpretar Chopsticks, y lo único que te mantiene en la partida es la creencia que un día te levantarás y tocarás como Rachmaninoff».
Confía en el plan. Naval Ravikant desarrolla la idea.
Taleb perdía un poquito todos los días y luego, muy de vez en cuando, ganaba mucho dinero, cuando sucedía lo impensable. Por el contrario, la mayoría de las personas quieren ganar pequeñas cantidades de dinero todos los días y, a cambio, toleran un riesgo de explosión, de bancarrota total. No hemos evolucionado para sangrar un poco todos los días. Si te encuentras en un entorno natural y te cortas, y estás literalmente sangrando un poco todos los días, tarde o temprano morirás. Tendrás que detener esa hemorragia. Hemos evolucionado para obtener pequeñas victorias todo el tiempo, pero eso se vuelve costoso. Ahí es donde está la multitud, ahí es donde está el rebaño. En cambio, si estás dispuesto a sangrar un poco todos los días te darás la posibilidad de ganar mañana una cantidad estratosférica. En esto consiste el emprendimiento. Los empresarios sangran todos los días. No ganan dinero, pierden dinero, constantemente estresados, toda la responsabilidad recae en ellos. Pero cuando ganan, lo hacen a lo grande. Y en promedio ganan más.
Síndrome del impostor
La validación social es un instinto maladaptado. El grupo salvó al sapiens, me decía Jesús Alfaro. La tribu primitiva, respondí yo, no la hipnotizada sociedad moderna. Hace diez mil años nadie sobrevivía sin el colectivo y el outsider era percibido como una amenaza. Hoy es al revés: solo tiene éxito quien escapa de la irracionalidad de la masa. Existe una enorme diferencia entre un grupo de 150 peleando por comer y una ciudad de 2 millones enchufada a Netflix. Estado, religión o equipo de fútbol. El logro, en las construcciones sociales, es admirable pero toda identidad esconde un potencial conflicto armado. La cooperación es efectiva, por natural, en grupos pequeños. En los grandes pierde uno la cabeza. Ocurrió en el siglo XX y seguirá ocurriendo hasta el fin de los tiempos. Está en nuestro ADN que nadie sobresalga. El político ordena y la sumisión es voluntaria. Los esclavos ejercen control mutuo, si no te ajustas a la norma sanitaria. Primero en el instituto y más tarde en democracia. Tú decides si enfrentarte a la mentira o seguir tragando mierda a cambio de un duplex con piscina comunitaria.
«Si no creéis, no comprenderéis». La máxima de San Agustín esconde el secreto. El propósito es un salto de fe. Lo sabían los antiguos y así lo dejaron escrito. Las sociedades evolucionan pero los mitos se repiten. Todos los libros sagrados refuerzan un mismo ritual. El hombre libre, el individuo, sufre en soledad la incomprensión del colectivo. A la luz del fuego tribal y de la noche estrellada, Abraham busca una señal que le permita cruzar el desierto. La angustia es una posibilidad. Kierkegaard, de carácter débil, construyó allí una filosofía. Porque al final del día, por muy claro que lo tengas, no existe una sola garantía. Y sentirás un frío escalofrío, la horrible sensación de estar malgastando tu vida. No es una neblina mental, es un malestar físico, el cuerpo transmitiendo que morirás sin conseguirlo. No deberías estar aquí, no tienes edad para embarcarte en este tipo de cometidos. Los adultos responsables te miran con miedo y desprecio pero tú decidirás seguir, repitiéndote los mantras de una religión ancestral, desarrollando una creencia ciega en ti mismo, manteniendo una pequeña (¡pequeñísima!) opción de éxito. Te sentirás perdido y sin embargo persistirás, en la noche más oscura que hayas jamás conocido. Ese es el momento de la verdad, ese sufrimiento es la recompensa. El propósito es solitario. Es una pulsión irracional. Es la llamada del chacal. Es una voz que te empuja hacia el precipicio. Es el fuego que arde en tu interior. Es la chispa de la revolución. Es el gran incendio.
Joan Tubau — Kapital
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